Publicado en El Norte de Castilla el 21 de octubre de 2011

Han pasado ya siete meses desde que Carlos Fabra inaugurara el aeropuerto de Castellón. En un discurso digno de Groucho Marx, el conspicuo jugador de lotería declaró entonces: “Hay quien dice que estamos locos por inaugurar un aeropuerto sin aviones. No han entendido nada. Durante mes y medio cualquier ciudadano que lo desee podrá visitar esta terminal o caminar por la pista de aterrizaje, algo que no podrían hacer si fueran a despegar o a aterrizar aviones. Es un aeropuerto para las personas”. La perspectiva que dan los siete meses transcurridos (lejos de los dos meses que prometió como límite para que aviones despegasen en el susodicho aeropuerto) nos ha permitido comprender la genialidad del invento. Las aplicaciones del juguetito de los 150 millones de inversión son múltiples. Está sirviendo como paseo matutino para jubilados, como aeropuerto terapéutico pensado para personas que tienen miedo a volar y como club exclusivo para adictos al Red Bull. Los sábados organizan concursos de cometas y los domingos venden paraguas de Mary Poppins para los que se atrevan a realizar un pequeño vuelo. Una genialidad que además consigue esa maravilla de hacer despegar (o aterrizar, según los casos) la cuenta corriente de algunos elegidos. Hace poco se supo que el director de este aeropuerto sin aviones cobra 84.000 euros anuales (más incluso que el presidente del Gobierno) y ahora, casi sin solución de continuidad, nos enteramos de que van a “contratar” a un puñado de hurones y halcones por la nada desdeñable cantidad de 456.000 euros para que controlen la fauna de la zona que pueda resultar peligrosa para el vuelo de los aviones. Austeridad de lujo. Un zoo casi zen. Berlanga rodando su película póstuma. Todo vale. Esta historia de los aeropuertos fantasmas nos la conocemos bien. En Ciudad Real, en Girona, en Lleida, también en alguno muy cercano. Ahora que estamos que lo tiramos tal vez algún iluminado proponga una base de submarinos en Zaragoza, un aeropuerto subterráneo en Badajoz o un puerto deportivo en Navacerrada. Son capaces.