Publicado en “El Norte de Castilla” el 28 de octubre de 2011

Octubre es el mes del cine en Valladolid. Nuestra memoria pucelana está sellada con un beso cinematográfico. Son los labios de nuestra infancia, la magia de la sala oscura, las películas que flordelisan nuestra vida. La 56 edición está a punto de llegar a su final. Un final que será el comienzo de la cuenta atrás para la 57. Eso si la crisis y la autoridad no lo impiden. Sería muy triste. La Seminci, al fin y al cabo, forma parte del DNI de Valladolid. No me imagino octubre sin la ciudad empapelada de labios rojos. Patrocinadores que amenazan con desertar, instituciones que encogen el bolsillo, colaboradores que miran a Tombuctú. Nada puede con la Seminci porque nada puede con nuestra memoria. La memoria, el lema del cartel ganador. Unas rayas blancas y negras, un cruce de caminos, una intersección. Un paso más, no un paso atrás. La claqueta del cine dando comienzo a la película de nuestra vida. Un camino rojo que es la alfombra roja que pisan nuestros recuerdos. La fiesta que continúa, que debe continuar porque sin ella muchos no entenderíamos esta ciudad. Hemos vuelto a encontrarnos con viejos amigos como los Dardenne con su cuento de hadas moderno o el exquisito Zhang Yimou con su “Amor bajo el espino blanco”. El cine sueco en el retrovisor y la generación literaria de los 50 en el horizonte, más Punto de Encuentro y Tiempo de historia, secciones que están ya en nuestro ADN. Bigas Luna en la presentación nos invitó a darnos un atracón de películas al grito de “viva el cine y el jamón”. Tal vez por ello salimos de nuestro pequeño mundo friki habitado por muñequitos de Star Wars y nos miramos en el espejo pintado del cine, allí donde descubrimos una verdad 24 veces por segundo y donde, durante dos horas, los problemas son de otros. Angulo continuará haciendo malabarismos con el presupuesto y seguirá, probablemente, sin traerme a Sophie Marceau, pero no dejará de regalarnos una cámara nueva en octubre para que juguemos a ser cine. Y no olvidemos que alguien dijo que no se puede rodar una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta.