Publicado en El Norte de Castilla el 10 de febrero de 2012
La justicia está en boca de todo el mundo. La justicia, esa gran ramera que está sentada sobre muchas aguas y fornica con los reyes de la tierra, todo ello con el mayor de los respetos y empleando jerga apocalíptica. Del Apocalipsis de San Juan, o sea. The New York Times publicó el domingo pasado un editorial en el que dejaba a la justicia española con las vergüenzas al aire. Decía que el juicio a Garzón era una “ofensa contra la justicia y la historia”. Bueno, no hace falta que nos lo digan ellos. Sólo hay que ver cómo todas las democracias del mundo están escandalizadas con el espectáculo que estamos dando. En efecto, da un poco de vergüenza ajena que un juez que intenta llevar ante la justicia a los políticos corruptos, que un juez que intenta que se reconozcan los crímenes de la dictadura franquista, sea acusado y juzgado antes que la gente a la que pretende sentar en el banquillo. Después de lo que se escuchó en el juicio de la trama Gürtel y tras ver la sentencia, no sé qué nos puede sorprender ya. Garzón, es cierto, ha ido de juez estrella, un poco Lady Gaga, reclamando focos de popularidad innecesaria y extralimitándose en algunos casos. Pero, sobre todo, ha tocado los coquitos de gente poderosa y se ha creado muchos enemigos. Ahora da la impresión de que una cacería orquestada por fascistas vip le tiene acorralado. Tal vez no nos hayan explicado muy bien qué es eso de la justicia. Tal vez no nos hayan dado la información necesaria. Quizá ni siquiera exista la justicia. La realidad, en todo caso, es que esto huele muy mal. Eso sin necesidad de hablar de urdangarines ni de manos limpias con manos sucias. Ni tampoco de picogramos (la billonésima parte de un gramo) de justicia en mundos en los que no existe aquello de in dubio, pro reo. Decía Eloy de la Pisa el otro día que “un tribunal que sanciona y a la vez reconoce que no está probado el dopaje me merece tanta credibilidad como un somormujo explicando la fisión del átomo”. Ese es el problema de algunos tribunales. Que no nos los creemos. Ni los respetamos. Y encima apestan.