Los que amamos el western no paramos de buscar a los herederos de John Ford, de Howard Hawks, de Sam Peckinpah. Si giramos nuestra mirada a la televisión, rezamos por volver a encontrarnos con una serie de la calidad de Deadwood. Nuestras plegarias no han sido escuchadas (es difícil que lo sean cuando ponemos el listón tan alto), pero resulta estimulante el engancharte a una nueva serie del Oeste. Su título es “Hell on wheels” y hace referencia al nombre que recibió el pueblo móvil que seguía la construcción de la línea del tren en 1865, justo al acabar la Guerra de Secesión. Una caravana de negros, inmigrantes, predicadores, prostitutas, mercenarios y buscavidas de todo tipo sigue la estela del ferrocarril. La civilización avanza y llega al salvaje Oeste. Y todos sabemos que a la civilización siempre le sigue el pecado.
Un héroe turbio y con múltiples claroscuros (un ex soldado confederado que busca vengarse de los soldados que asesinaron a su esposa durante la guerra) protagoniza una emocionante e hipnótica historia en la que destacan también un ambicioso y avaricioso empresario y un pistolero que parece un personaje de cómic: alto, delgado, vestido de negro, con rostro imposible (e impasible). “Hell on wheels” no llega al nivel de Deadwood (querer comparar a cualquier nueva serie del Oeste con Deadwood roza el maltrato y la ruindad) pero es un fantástico relato de pistoleros, de violencia y de pecados muy digno. La sombra de Al Swearengen es demasiado alargada pero tal vez, en un futuro, nos acordemos con emoción y nostalgia de este particular infierno sobre ruedas.