Regresa Fachadolid. Lo hace con fuerza. Resulta, la verdad, muy deprimente que, de manera periódica, aparezca Valladolid protagonizando cutre noticias a nivel nacional. Nos bautizaron con lo de Fachadolid y a veces se lo ponemos a huevo. La última gracieta que nos ha hecho acaparar titulares a nivel nacional tiene que ver con la genial idea del Ayuntamiento de, como no hay cosas mejores que hacer en estos tiempos de crisis, paro y depresión, modificar la Ordenanza Antivandalismo para prohibir la mendicidad (¡con hasta multas de 1.500 euros!) y también prohibir las acampadas y el nudismo o ir en bañador (lo que se agradece porque en esta ciudad la peña se despelota a la mínima). Lo han hecho con un amplio despliegue policial, con agentes municipales en el interior del Consistorio y con tres furgonetas de los antidisturbios en el exterior. Por si la ciudadanía asaltaba la Bastilla o los mendigos daban un golpe de estado. “De Fachadolid qué vas a esperar…. Esta ciudad siempre dando el cante”, se escucha a gritos por los callejones de bits. Muchos hablan de un nuevo intento de control social, de vulneración de los derechos básicos, de criminalización de colectivos marginados, de atropello a las libertades ciudadanas, de intentar convertir una ordenanza municipal en un código penal alternativo. No han entendido nada. La calle no es de todos pero algunos parecen haberla heredado de Fraga. Y, honestamente, los indigentes afean mucho el paisaje. A un parado le puedes embargar el piso, le puedes deshauciar, pero no le dejes dormir en la calle. Eso no. Que se volatilice. O si no, mejor aún, lo incineramos. Unos cuantos vagos y maleantes menos. Pero antes que pasen por caja y paguen 1.500 euros, a ver si así contrarrestamos el déficit. Probablemente paguen la multa con la Visa oro. Les podemos también imponer arresto domiciliario, o embargarles el coche y la nómina. Luego les castigamos con trabajos sociales para empresas de alto caché, por ejemplo Corporación Nóos. Puede ser una buena medida. Lo que pasa es que los vagos y maleantes no tienen sentido del humor, oiga.