Publicado en El Norte de Castilla el 16 de marzo de 2012

El pasado fin de semana hubo una fantasiosa fuga de personajes de cómic. Pasearon por Pucela escapando de las viñetas y regalando color a la vieja ciudad plateresca. Fue un soplo de alegría y fandango en un mundo atravesado por las flechas de la crisis y la depresión. Un brochazo de imaginación. Un retablo de marionetas, trekkies y gokus. Akira en llamas y Darth Vader on the rocks. Todo ello gracias al Salón del Cómic y Manga de Castilla y León que cerró sus puertas con gran éxito de público y participación, eso sí, levemente ensombrecida por la muerte (el mismo sábado) de Moebius, uno de los artistas más influyentes del mundo del cómic. De hecho, alguna lágrima del teniente Blueberry se escapó por el recinto ferial. El resto fue todo un carrusel de tebeos, cuentos, mangas, torneos de rol y videojuegos aderezado con actividades tan estimulantes y sorprendentes como talleres de caligrafía, de fanzines, de samuráis, de maquillaje para caracterización de personajes zombis además de karaoke, lotería sagrada japonesa, sushitería e impactantes desfiles cosplay. Y, por encima de todo, especialmente para los mitómanos, la presencia de dibujantes e ilustradores de primera línea. Entre ellos un vallisoletano universal que, desgraciadamente, muy pocos conocen en su ciudad. Bueno, eso no es nada extraño. Cincuenta años de profesión y más de 15.000 páginas han servido a Jesús Redondo para ser un dibujante con muchísimo más reconocimiento en el extranjero que en su propio país. Quizá le ha faltado dibujar una serie popular aunque los truenófilos le veneremos por haber sido uno de los últimos dibujantes del mítico Capitán Trueno y, con toda seguridad, el que se merecía haber continuado la saga porque, desde Pardo, no ha habido mejor Trueno que el del maestro Redondo. Ver dibujar a Jesús Redondo es una experiencia única. Casi un milagro.  Como un friki buscador de tesoros me puse a la cola para que el maestro me dibujara algo. En cinco minutos me regaló un capitán Trueno y, de paso, un viaje inolvidable a mi infancia. Los lápices de Jesús Redondo poniendo ombligos a nuestro mundo.