Publicado en El Norte de Castilla el 25 de mayo de 2012
Hace años se creó la expresión políticamente correcto. Una versión moderna del eufemismo de toda la vida. Algo que lleva funcionando desde siempre, especialmente desde que los poderosos comenzaron a necesitar que las mentiras sonasen como verdades y que su poder fuese legitimado a toda costa. Napoleón se jactaba de dar instrucciones a los forjadores de frases a su sueldo. Del que manda depende la capacidad de nombrar o renombrar las cosas, algo así leemos en Alicia. La estafa léxica. La mentira preventiva. Palabras tóxicas para engañarnos, para mentirnos, para manipularnos. En el siglo XX explotaron los eufemismos más peligrosos: la solución final nazi o la limpieza étnica de Milosevic. Sólo por eso deberíamos estar con el cuchillo entre los dientes con el fin de parar los pies a todos estos políticos que manipulan la lengua para su provecho, para ejercer el poder, para dominar a los ciudadanos. En los últimos tiempos, la perversión del lenguaje ha alcanzado proporciones escandalosas. En un mundo en el que no hay regiones pobres sino comarcas deprimidas, no hay emigrantes sino sin papeles, no hay criadas sino empleadas del hogar, no hay pobres sino personas económicamente débiles, no hay guerras sino intervenciones militares, no hay despidos sino reestructuraciones de personal, no hay muertes de civiles en las guerras sino daños colaterales, no hay racionamiento de alimentos sino racionalización del consumo, no hay crisis sino una desaceleración económica, no hay copago sanitario sino ticket sanitario moderado, no hay subida del IVA sino modificación de la estructura de la imposición, no hay subida de impuestos sino recargos temporales de solidaridad, no hay disminución en la economía sino crecimiento negativo y no existe el robo oficial sino la malversación de fondos (o, como dicen en Venezuela, peculado doloso propio con distracción). En un mundo, decimos, como éste, ¿con qué calificativo podríamos bautizar a todos estos que nos engañan, confunden y se burlan de nosotros? ¿Se merecen, siquiera, un eufemismo? ¿O les gritamos a la cara lo que pensamos de ellos?