Publicado en El Norte de Castilla el 13 de julio de 2012
Tiene más peligro que el bautizo de un gremlin. La utilizan para dinamitar la opinión pública y desviar la atención. A Esperanza Aguirre Gil de Biedma, condesa de Murillo y Grande de España parece encantarle su papel. Va de exabrupto en exabrupto con una alegría pizpireta que provoca dentera. No hace mucho salía a la calle encabezando la campaña de insumisión fiscal contra la subida del IVA. Hoy dice que la entiende perfectamente. Se ha convertido, sin ella saberlo, en una lideresa marxista. Facción Groucho, claro: “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”.
Para ella todas las manifestaciones son algaradas callejeras, los profesores trabajan poco y el Metrobús es un “forfait” (como un abono de esqui, vaya). Llama hijoputa a un afín a Gallardón, pide cancelar la final de la Copa del Rey si los hinchas silban el himno y piensa que la educación debería dejar de ser obligatoria y gratuita en diversos tramos. Si una sentencia no le gusta plantea la eliminación del Tribunal Constitucional y si le piden que haga público su patrimonio dice que eso es nocivo y que a veces no llega a final de mes. Es la heroína del tamayazo, de la desobediencia civil contra las leyes socialistas, de la privatización de la gestión de los hospitales públicos. Pasea siempre con cámaras de Telemadrid y con un batallón de consejeros detrás dispuestos a manipular lo que haya que manipular para sacarla de los charcos en los que se mete. Es indefenestrable porque la apoya la caverna en pleno. Últimamente se ha quejado porque “el Gobierno no recorta lo suficiente”. Hace unos meses la imagen de la ministra italiana de trabajo llorando tras anunciar recortes dio la vuelta al mundo. Hoy las imágenes de la bancada popular puesta en pie y aplaudiendo a rabiar a un sonriente Rajoy tras anunciar el mayor destrozo del Estado del bienestar de la historia provoca verdaderas arcadas. Si la lideresa hubiese estado allí se habría puesto a bailar Paquito el chocolatero y luego, como buena pirómana social disfrazada de lagarterana, habría soltado alguno de sus habituales exabruptos.