“Cuando me quise dar cuenta, el sol entraba en la habitación a dentelladas. Miré al otro lado de la cama y allí estaba el cuerpo perfecto de Alex. Abandonada al cansancio y al Dios del sexo al que tanto rezaba. Desnuda, con su perfecto culo como una ofrenda. El sol era apenas un cúmulo de deseos”.
El murciélago y el infierno (pág. 73), amazon.es