“Recordé un cuadro que tenía César Negroponte en Dark Creek y que, desde el primer momento que lo vi, me resultó subversivo, enfermizo, terrorífico. Era de un pintor francés que desconocía. Se titulaba Los hombres del Santo Oficio. Representaba al inquisidor general sentado en su trono en actitud pensativa mientras dos dominicos, a su lado y junto a una ventana, escribían y leían gruesos libros. Me pareció, en aquel momento, un cuadro muy apropiado para mi hermanito. No me extrañaba que lo hubiese comprado. Aquel cuadro, tal y como yo lo veía, era la puritita representación de la maldad. Era una metáfora de lo monstruos que somos. En lo monstruos que podemos llegar a convertirnos”.
El murciélago y el infierno (pág. 68), amazon.es