Publicado en El Norte de Castilla el 25 de enero de 2013
Se pueden escuchar de ella todo tipo de adjetivos: deslumbrante, potente, ingeniosa, torrencial, valiente, genial, chispeante, divertida. Se refieren a la última de Tarantino, claro. Muchos de los adjetivos basculan entre el elogio y el desprecio, dependiendo de quien los escriba. Así podemos leer que “Django Desencadenado” es excesiva, sangrienta, escandalosa, desagradable, malsana, demencial, hiperviolenta, escabrosa, desmedida, grosera, irreverente, extravagante, desvergonzada, políticamente incorrecta. Claro, si no no sería Tarantino. Con la T de Tarantino. Amo a este tipo. Cuando escuché que preparaba un western comencé a contar los días que quedaban para su estreno. Dos de mis mayores pasiones en un mismo cóctel. Y eso que todas sus películas anteriores, de una u otra forma, respiraban western por los cuatro costados. Ahora lo ha vuelto a hacer, nos ha atado de nuevo a las butacas del cine con un ejercicio de locura y exhibicionismo portentoso, con esa mezcla de anarquía y de grotesca comicidad que tan bien domina, con ese ejercicio descomunal de apropiación marca de la casa (“robo de cada película que se ha hecho, robo de todas partes”), con esa inconfundible contundencia dialéctica que hace que los diálogos de sus films sean lo más parecido a una ráfaga de disparos de una Smith & Wesson, con esa violencia explícita made in Tarantino, o esos apoteósicos momentos a cámara lenta, esa puesta en escena visceral, esa originalísima utilización de la música… Sin embargo, la razón por la que más admiro a Tarantino es por esa arriesgada propuesta con la que viene trabajando desde su primera película, la de reivindicar la cultura popular, la de rezar a ese imaginario común de la literatura pulp, la de trabajar con materiales que los gurús de la alta cultura consideran basura y convertirlos en verdadero arte. Ahora le ha tocado al spaguetti-western y el resultado es amor y muerte, sangre y humor, sonido y furia. Cine en estado puro. Incluso para los que odian a Tarantino. Para mí, un tipo que ha entrado, como Woody Allen, en la categoría de religión. Amén.