“César Negroponte, pues, quería visitar el umbral de la muerte:
En un quirófano monitorizado el anestesista te inyecta una solución de bromuro de pancuronio que te paraliza el diafragma; una segunda inyección de cloruro de potasio te despolariza el músculo cardiaco y el corazón se para. Entonces cuentan dos minutos y cincuenta y nueve segundos y te reaniman con glucosa y electroshock.
Un millón de voltios y de vuelta a casa. Un riesgo no asumible, pero infinitamente más sencillo que un trasplante de córnea, me contestó por mail un médico amigo.
Quinientos noventa y cinco mil dólares.
Tarifa de riksólogo”.
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