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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

LA SOMBRA DE LAS CANCIONES DE AMOR ES ALARGADA

Publicado en La sombra del ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 13 de abril de 2013

Tras los libros de relatos “El síndrome Chéjov” y “Quédate donde estás”, y la novela “El corazón de los caballos”, el escritor almeriense edita “La canción de Brenda Lee” en la editorial palentina Menoscuarto para formar parte de un fantástico catálogo que crece día a día en número y en calidad. En esta su segunda novela, el autor de uno de los blogs literarios más prestigiosos del panorama nacional (elsindromechejov.blogspot.com.es/) nos regala un apasionante relato protagonizado por el gran Leonardo Veneroni, un cantante de jazz asediado por la castradora presencia de su padre (una recordada estrella de la canción melódica de los setenta que se le aparece delirando borracho a la luz de la luna con la cara de villano de tebeo de Edward G. Robinson) y que acaba atrapado en las redes de una dominante diosa del sexo que le somete a todo tipo de vejaciones. Las dos historias (la de su padre y la grabación del disco por un lado y la de la dominatrix Mariam por el otro) se entremezclan de manera fluida a lo largo de la novela pero es en la evocación de las canciones que han marcado la existencia de Leonardo Veneroni donde el autor se luce más y más nos engancha con su historia. De hecho, esa evocación es la auténtica protagonista de la novela, tal vez porque como dice el autor, esas canciones que adquieren la consistencia de una oración y que se convierten en todo un standard, en el viaje perpetuo alrededor de una melodía que amamos, no dejan de cantarnos, contarnos y hablarnos de nuestra propia historia: “Los grandes cantantes nos hacen creer que la historia que nos cuentan es en realidad nuestra propia historia”. Por eso el gran Leonardo Veneroni adora a Sinatra, a Nat King Cole, a Ella Fitzgerald y por eso, tal vez, parece tan desconectado de la vida real, porque a su edad sigue pensando que en la brevedad de las canciones se escenifica una perfección que la vida no tiene: “Existían las canciones perfectas. Strange fruit, Ne me quitte pas, It was a very good year de Sinatra, muchas de The Beatles, casi todas las de Cole Porter, pero ¿de cuántas personas podría decirse algo parecido?”.

La figura de Leonardo Veneroni se alarga y empequeñece a ritmo de la música, como improvisando una borrachera de jazz (“un cantante es una sensual mentira con caderas de niña. Como Brenda Lee”). El protagonista al principio del relato no es más que un cantante de standards que sueña poseer una voz que enamore al público con la contundencia de Springsteen o el cinismo de Brel y que quiere vivir sin ataduras ni cargas, un tipo que aspira a la genialidad pero que, en realidad, pasa sus días entre canciones, putas y televisión (por ese orden de importancia). Sin embargo, la aparición de Mariam trastoca el universo de Leonardo Veneroni, y poco a poco comienza a caer en el oscuro mundo de látigos y tacones de aguja donde reina la dominatrix. Al principio, el protagonista parece sentirse a gusto en su nueva condición de sumiso, sin duda porque se trata de una nueva experiencia que le hace desdeñar al resto de mujeres y porque, sometiéndose al látigo de Mariam, se olvida de pensar en el sexo y puede concentrarse en su trabajo con la música. Pronto, sin embargo, perderá el control y el gran Leonardo Veneroni se encontrará perdido en un callejón sin salida, agobiado además por la imperturbable presencia del padre (“sintió vergüenza al imaginar a su padre viéndole así, convertido en un putero pertinaz y en un aprendiz de sumiso”). Quizá, la sumisión en el fondo sea una forma de matar al padre. Al fin y al cabo, la vida no es otra cosa que una colección de escondites.

“La canción de Brenda Lee”, en fin, no es una novela erótica como figura en algunos lados. Es una novela por encima de todas las cosas “musical”, una novela que viene acompañada de una banda sonora fantástica y necesaria, una novela que hay que leer con el mp3 al lado. El catálogo de canciones de jazz y música pop es interminable y fascinante tal vez porque forma parte también de nuestra educación sentimental, al igual que forma parte de la educación sentimental del protagonista de la novela, una novela elegante (“la elegancia debe ser la marca del músico de jazz”), inteligente y escrita con una cuidada “prosa musical” en la que todo parece fluir como en una improvisación de Coltrane. Una novela, en fin, que nos permite descansar relajados y protegidos por la ancha sombra de tantas canciones de amor.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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