Publicado en El Norte de Castilla el 17 de mayo de 2013
José María Pou está de gira. Tras las magníficas críticas en Madrid, “A cielo abierto” comienza a verse en el resto de España. El sábado aterrizó en el Teatro Calderón de Valladolid. El día antes, el mítico actor confesaba que se le caía la cara de vergüenza al ver lo que está ocurriendo en España. Luego se quiso morir al ver lo que sucedía en el propio teatro, cuando tuvo que interrumpir la representación al sonar por enésima vez un móvil. “¿Por qué tenemos que aguantar esto?”, preguntó al público. Todo el mundo sabe que tiene que apagar el jodido móvil al empezar la obra y todo el mundo sabe que los sonidos desconciertan a los artistas (y tocan las pelotas al resto de la gente). Se podría entender el despiste de una persona pero, a la primera vez que suena, todo el mundo debería asegurarse de que el suyo está apagado. No suele ocurrir. De hecho, a muchos les importa una mierda porque tienen la educación alojada en el escroto. Sin ir más lejos, mientras Pou paraba la obra y mostraba su desesperación, otro móvil volvió a sonar, y su dueño cogió el teléfono, hizo levantar a todo el mundo y tras la charleta no se cortó un pelo en regresar a su asiento. Ya estamos acostumbrados. O te habitúas a vivir con la mala educación o te conviertes en un asesino en serie. Que pagues una entrada no te da derecho a hacer lo que te de la gana. El resto también paga su entrada por ver el espectáculo tranquilamente. Si quieres dar por culo vete al Jamaica.
En fin, debe ser el tributo a pagar por la asistencia a cualquier acto público. Vidas tristes de gente incapaz de desconectar el móvil durante hora y media. Pasa en los conciertos, en las obras de teatro, en el cine. De repente un retrasado saca su mierdafone y deslumbra a todo dios con su flamante supermega pantalla o un gañán maleducado se pone a rumiar patatas fritas. Dicen que este desprecio por los demás empezó con las palomitas. No estoy seguro. En España al artista siempre se le ha despreciado. Al que pintó el bisonte de Altamira se lo hicieron pasar mal. Entonces ya triunfaba “Cromañones, neandertales y viceversa”.