Publicado en El Norte de Castilla el 22 de noviembre de 2013
Ya nos han puesto los dientes largos y nos han estrujado el corazoncito. Anuncian para el 25 de diciembre un programa de Informe Robinson titulado “Yo vi jugar a Nate Davis” y, para ello, han traído de vuelta a casa al jugador más espectacular que jamás pisó las canchas españolas. Todo lo que tiene que ver con Nate Davis va revestido con los fastuosos ropajes de la saudade, del recuerdo más indómito, de la alegría de vivir. El trajo a España un baloncesto nunca visto y con sus estratosféricas hazañas nos enganchó incluso a los que apenas seguíamos ese deporte. Recuerdo que tenía quince años y entrenaba con un equipo de tenis de mesa en los bajos del Polideportivo Pisuerga al mismo tiempo que lo hacía el Miñón Valladolid y, cada poco, algunos nos escapábamos para ver a aquel extraterrestre del que todo el mundo hablaba. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto a Nate Davis saltar como si sus talones fueses muelles, le he visto volar por encima de los aros, le he visto suspenderse en el aire durante segundos interminables, le he visto hacer cosas inhumanas, lograr canastas imposibles y tapones que parecían un expediente X, le he visto inventar los alley oops, le he visto flotar en el Huerta del Rey, le he visto ganar partidos con la mano rota y sin poder siquiera botar el balón, le he visto hacer cosas que jamás he vuelto a ver hacer. Davis fue Michael Jordan antes de que Michael Jordan existiera. “En ataque era algo descomunal. Cuando tiraba saltaba muchísimo, lo estabas defendiendo y te ponía los huevos encima de la cabeza”, comentan los que jugaron con él. Davis se limitaba a decir que saltaba tanto porque quería ver a Dios. Los que tuvimos la suerte de verle nos convencimos de que estábamos viendo a Dios. Mucho más tarde supimos que volvió a USA por la enfermedad de su mujer, que los médicos le arruinaron, que ella murió y él cayó a los abismos (“Anne había muerto. Yo también”) antes de andar sobre las aguas y resucitar para sacar adelante a sus dos pequeños. Ahora tiene 60 años y regresa para recordarnos un trocito de nuestra vida.