“Me dirigí a las estancias donde se encontraban los famosos murales de Orozco. Allí había quedado. Había un hombre. Me esperaba. Me sonrió al verme llegar. Yo no lo sabía entonces pero
aquel tipo era Ulises Mebarak. Alto, fuerte, con tez oscura, inequívocamente mexicana. Todo fue rápido. Un calambrazo de sospecha. Aquel hombre sacó algo del interior de su chaqueta. En un chispazo de segundo vi un pequeño reflejo metálico. Junto a los papeles llevaba un arma. ¡Y me iba a disparar! No sé cómo pero desenfundé mi Jericho 941F y le volé la cabeza. Luego, le rematé con un disparo a bocajarro en el pecho. La pistola con la que iba a dispararme quedó en el suelo junto a su cuerpo. Comprobé que había muerto y allí le dejé, justo bajo la cúpula del Hombre en Llamas”.
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