Publicado en El Norte de Castilla el 7 de febrero de 2014
Se podría decir que el fin de semana pasado fue desolador por muchos motivos. Los demonios y la saudade volvieron a rondar febrero. Era previsible. Por si eso fuese poco, el PP había decidido celebrar cónclave en su fortín preferido. La cosa no podía empezar peor. El viernes, luchando contra un dispositivo de seguridad exagerado, me acerqué a la Biblioteca Pública para asistir a la presentación de un libro. Por desgracia, no sé si llevado por el espíritu policial que respiraba la ciudad, el guardia de seguridad de turno no me dejó entrar a la sala. Alguna vez tenía que suceder el que también nos prohibiesen entrar a la presentación de un libro.
Lo que ocurrió el resto del fin de semana lo ha sufrido todo el mundo de una u otra forma. En ella ha habido de todo: manifestaciones, escraches y una ciudad tomada por la policía como si hubiese sido amenazada por Al Quaeda. Hemos asistido a una fiesta en la que los políticos en el poder no han parado de echarse flores y de demostrarnos a cada momento que la autofelación es posible. Hemos vuelto a escuchar a un presidente que se cree sus propias mentiras y, lo que es peor, a un montón de ciudadanos jaleándole. Y hemos tenido como fin de fiesta un particular auto de fe con porrazos para los más vocingleros. Hay opiniones para todos los gustos pero lo mejor es que hay vídeos que demuestran que la carga policial del pasado domingo fue, como poco, desproporcionada. No pasaban de treinta los que estaban detrás de una pancarta y se fueron calientes para casa o para el hospital. Algunos todavía justifican las agresiones a ciudadanos con la excusa de atajar la violencia de raíz. Tal vez tengan razón: observando bien el vídeo se ve que los abuelos tenían pinta de terroristas y que los dirigía una señora de 60 años con arrestos suficientes para agredir a cabezazos la porra de un antidisturbios. También podemos pensar que esa lamentable escena no es otra cosa que una triste metáfora de lo que está sucediendo en el país: políticos dándose un homenaje en un restaurante de lujo y ciudadanos recibiendo estopa en la puerta.