“Se despidió de Adam y de Akiosaha, salió del santuario de los ordenadores y se marchó a su celda para preparar el viaje. Regresaba al Vaticano y, al igual que a Adam, tampoco le hacía mucha gracia. Sin embargo, a diferencia de él, cualquier noticia que tuviese algo que ver con los 80 diablos le otorgaba energía y le excitaba de forma casi irracional.
Al fin y al cabo había consagrado toda su vida a luchar contra los 80 diablos”.
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