Publicado en El Norte de Castilla el 2 de enero de 2015
A principios de año siempre andamos buscando efemérides. La más importante de 2015 para muchos de nosotros será el 40 aniversario de la publicación de una de las mejores novelas de la literatura contemporánea española y quizá la más trascendente por muchos motivos. Todavía con el dictador vivo y con bastantes incertidumbres sobre el devenir político del país se publicaba el 23 de abril de 1975 “La verdad sobre el caso Savolta”, novela ambientada en la convulsa Barcelona de 1917 que contaba la historia del asesinato del industrial catalán Savolta, traficante de armas durante la Primera Guerra Mundial. Lo hacía en clave de novela policíaca y en ella mezclaba con maestría insólita amores secretos, huelgas, chantajes, periodistas inquebrantables, obreros explotados, putas, matones al servicio de los patronos, pistoleros, militantes anarquistas, arribistas sin alma, empresarios explotadores y muchas historias entrecruzadas. Literariamente (y éste es el gran valor de esta memorable novela) España estaba ahogada por un experimentalismo que se había convertido en un ejercicio de autocomplacencia y que ya había dado muestras de encontrarse en un callejón sin salida. En aquel momento en que sólo interesaba y se publicaba lo experimental (que era aquello que no se entendía y que nadie leía) algunos novelistas intentaron llevar nuevos rumbos a los universos literarios y fue Eduardo Mendoza el que dio en la diana con una novela que se entendía y que era divertida y adictiva. Curiosamente “El caso Savolta” utilizaba muchos hallazgos de la literatura experimental en su técnica compositiva como el desorden cronológico, un montaje de secuencias tremendamente complejo o la continua utilización de materiales de tipo documental como actas judiciales, artículos periodísticos y documentos que se mezclaban con los recuerdos del personaje protagonista formando un puzle fascinante. Pero la verdadera revolución de Mendoza fue la recuperación del placer de contar una historia resucitando la función narrativa que tanto parecía molestar a los popes de la cultura. Además lo hizo utilizando elementos y técnicas procedentes de la novela más marginal y denigrada, de la novela popular, de la novela policiaca, de la novela folletinesca. Con los personajes pseudopicarescos que poblaban “El caso Savolta” creó, casi sin darse cuenta, lo que más tarde conoceríamos como mestizaje de géneros y lo hizo con una portentosa dignificación estética de lo que para muchos iluminados sólo era subliteratura. Como dijeron en su día Borges y Bioy Casares: “Cabe sospechar que ciertos críticos niegan al género policial la jerarquía que le corresponde solamente porque le falta el prestigio del tedio”. Siguiendo esa línea Eduardo Mendoza nos enseñó hace 40 años que se podía escribir una novela sustentada en los géneros populares sin dejar de lado las exigencias artísticas. No se lo hemos agradecido lo suficiente.