Publicado en El Norte de Castilla el 10 de abril de 2015
Impresiona leer alguna crónica desde Garissa hablando del atentado terrorista del que nadie habla. Por ejemplo la de una médico española allí presente que, al poco de haberse producido la salvaje masacre que se llevó por delante a 147 estudiantes en Kenia y escandalizada por la poca repercusión que semejante acto de barbarie estaba teniendo, describió la situación en la que se encontraban los habitantes de Garissa, gente con su dignidad por los suelos, con el miedo a media asta, con la amenaza pendiendo sobre sus cabezas como una guadaña. “Y nosotros hoy durmiendo tranquilos porque esta vez a nosotros no nos han hecho pupa”, terminaba su crónica. La polémica sobre el distinto trato que se da a tragedias como la del accidente aéreo de Germanwings respecto a la matanza de Kenia inundó las redes de inmediato. Poco antes ya había sucedido lo mismo cuando medio mundo se volcó con el atentado al semanario Charlie Hebdo y pasó olímpicamente de la trágica ofensiva de Boko Haram en Nigeria. Lo que sucede en algunas partes del mundo parece importar poco. Nadie va a manifestarse allí, ni se convocan cumbres, ni los medios de comunicación mueven apenas ficha. Incluso nos hablan de algo que en los países anglosajones llaman “la jerarquía de la muerte”. Al parecer, los grandes medios de comunicación determinan la importancia de una tragedia (y su consiguiente cobertura mediática) en base a factores como la proximidad o la calidad de la información que pueda tener la noticia. Resumiendo: la jerarquía de la muerte decide quiénes son muertos de primera y muertos de segunda. Parece clara la línea trazada. Y nosotros la asumimos sin darnos cuenta de que esa insensibilidad hacia algunas masacres menos publicitadas puede volverse en nuestra contra. El gran Sansón daba en la diana con una de sus últimas viñetas en la que un yihadista comentaba lo siguiente: “Deberíamos reconsiderar nuestro plan de atentados terroristas en África. Dice el community manager que apenas tienen impacto internacional”. Efecto bumerán, o sea. O cómo esa hipócrita jerarquía de la muerte puede acabar por traernos el infierno a nuestra propia casa.