«Aquella mañana ocurrieron en Jackson, Kansas, cuatro cosas juntas que no habían ocurrido nunca: se pararon a la vez cien relojes de cuerda, llegó un jefe indio que quería comprar la paz para su pueblo, un pistolero llenó un saloon no de clientes, sino de muertos, y un hombre perfectamente vestido quiso comprar un cementerio. Nunca antes había estado en venta el cementerio de Jackson».

Así empieza la última novela que firmó el mítico Silver Kane. Lo hizo mucho después de su época dorada, aquella en la que llenaba los quioscos con novelitas del Oeste y policiacas que la gente se pasaba de mano en mano; lo hizo cuando ya Francisco González Ledesma se había consagrado como uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Fue entonces cuando tuvo un ataque de nostalgia y quiso saber si sería capaz de escribir con la rabia y frescura de sus primeros años como escritor. Recuperó la divisa Silver Kane y el resultado fue “La dama y el recuerdo”. Ya no se trataba de una novelita de sesenta páginas, ni de una novelita de quiosco; ahora se trataba de una señora novela de más de 300 páginas editada en la todopoderosa Planeta. Y, por supuesto, ya no estaba sujeto a despóticos e inhumanos plazos para entregar la novela.

El resultado es una novela fantástica en la que Silver Kane vuelve a ser Silver Kane y en la que Francisco González Ledesma ajusta cuentas con su pasado regalándonos una novela repleta de personajes memorables: un pistolero en cuyos ojos sólo palpitaba la luz que podía despedir una lápida; una elegante y preciosa dama que se dedica a salvar mujeres que no quieren ser salvadas y a enterrar a muertos aunque no quieran ser enterrados; un sepulturero siempre borracho que cualquier día se iba a enterrar por error él mismo; un guardaespaldas ciego; un fabricante de muertos honrado; un doctor borracho especializado en implantar manos de cadáveres en personas mutiladas; y un viejo, sabio y honrado director de periódico de nombre Silver Kane. Todo ello en un remoto pueblo de Kansas, Jackson, donde la única distracción era contar muertos y donde se cruzan los destinos de un buen puñado de personajes: tipos glaciales que sólo entran en calor cuando las balas están en el aire, nenas de sangre mestiza con sonrisas de colegialas, implacables cazadores de recompensas con facciones talladas en metal y manos de pianista y mujeres con look de femme fatale que habían aprendido a sonreír en el infierno.

Un homenaje al viejo Silver Kane en toda regla, un entrañable homenaje, en fin, a alguien a quien vamos a echar mucho de menos.