Brigitte Monfort, alias Baby, debe acudir a Nápoles ya que han desaparecido varios hombres de la CIA y tiene que localizar a “Siberia”, un enigmático colaborador de la CIA que vende sus informes a precio de oro y del que no se conoce absolutamente nada, ni siquiera su aspecto físico. Cuando llega a su destino, y gracias a uno de sus habituales ardides, Baby consigue localizar a “Siberia”. Lo primero que constata es que “Siberia” es un auténtico sádico que ha construido en su refugio una jaula de oro para aves exóticas (en principio para pájaros y demás especies, aunque Baby no tardará en descubrir que también hace colección de espías), que juega un doble (y triple, y cuadruple, juego) y que el simple hecho de mirarle al rostro se convierte en un visión absolutamente espeluznante por las terribles heridas y cicatrices que adornan su figura: “En la calva cabeza cruzada por numerosas cicatrices, bajo los arcos de las cejas sin vello alguno, relucían dos ojos terribles. Uno de ellos, pequeño, negrísimo, vivo. El otro, grande, terrible, como a punto de salir de la órbita, de color azul intenso, era de cristal, evidentemente. La boca era sólo una línea de carne brillante, tersa, de un feo horrible color rosado, como si no tuviera piel. La nariz estaba torcida, la barbilla y las mejillas llenas de cicatrices”. Y hasta ahí puedo leer. Novela entretenidísima y apasionante de la cada vez más adorable Brigitte “Baby” Monfort. Desde luego, recién vista la última de 007 me ratifico en que Baby hace parecer a James Bond un niño de San Ildefonso cantando la lotería en Navidad.