“Los ojos del conde centelleaban; las rojas pupilas aparecían violáceas y lúgubres, como si en ellas ardiesen los demonios del infierno. Su rostro estaba mortalmente blanco, sus rasgos tan duros que parecían de acero…”.
Hace un millón de años leí “Drácula”. Ahora he regresado al lugar del crimen y he vuelto a leer la novela de Bram Stoker. En esta segunda ocasión me ha gustado todavía más. Como dijo Pérez Reverte no hace mucho, “es de una modernidad que apabulla”. Todo en la novela de Bram Stoker resulta prodigioso, la trama, el ambiente, los personajes (¡qué grande Van Helsing!), la atmósfera, la peculiar estructura, y claro, la presencia/ausencia continua y obsesiva de uno de los grandes mitos de toda la historia de la literatura, el memorable y escalofriante conde Drácula. Una historia construida a través de fragmentos de los diarios de los protagonistas, de recortes de periódicos, de cartas…, y que da como resultado una novela gótica auténticamente imprescindible. Una maravilla tentadora, terrorífica, apetitosa y de obligada lectura. Una verdadera obra maestra.