Publicado en El Norte de Castilla el 1 de abril de 2016
Algunos de los mejores cronistas de la actualidad son humoristas gráficos. En El Norte de Castilla tenemos la suerte de contar con el magisterio de Sansón. Desde hace muchos años somos legión los que abrimos el periódico buscando unas viñetas que nos hacen sonreír pero también pensar y reflexionar. El inconfundible e inimitable dibujo de sus personajes y la acidez corrosiva de sus textos han convertido a Sansón en un referente de primer orden en el campo del humorismo gráfico. Pues bien, hace unos días un perplejo Sansón se sorprendía con las quejas de una cofrade que se había indignado por unas viñetas alusivas a la Semana Santa. No merece la pena ni entrar en detalles pero esto certifica una vez más que hemos llegado a un punto en que todo el mundo se ofende por todo. Hemos perdido el sentido común y, lo que es peor, el sentido del humor. Hace poco Berto Romero incidía en el tema: “La gente se ofende tanto que no me extrañaría que el sector de la robótica se ofendiera por cómo se le trata en Iron Man”. Ejemplos hay para dar y tomar. Si en una película el asesino es pelirrojo no duden que saldrá una asociación de pelirrojos para quejarse del trato que se les da. Antes sólo eran tres gatos quejándose de todo en el bar pero ahora, con las redes sociales, se universalizan las quejas hasta el punto de llegar a extremos delirantes. Como cuando Dani Rovira hizo un chiste sobre yates en la gala de los Goya y se indignaron los del sector náutico. O como los que se ofendieron porque en un capítulo de El Ministerio del Tiempo se dijera La Coruña y no A Coruña. Todo nos ofende y molesta. Hasta nos molesta que haya gente que no se moleste, como le ocurrió a Irene Villa no hace mucho a raíz de un chiste sobre ella. Se nos ha ido de la mano el tema de lo políticamente correcto y estamos a merced de censores, críticos de salón y nuevos inquisidores que se escandalizan a una velocidad de vértigo. Y es que, al igual que ha sucedido con el resto de las cosas, también nos están recortando la libertad para hacer chistes. Tal vez hemos hecho humor por encima de nuestras posibilidades. Gila lo tenía claro: “si no sabes aguantar una broma, márchate del pueblo”.