Final de “El Galante Aventurero”. 20 novelas. Más de dos mil páginas. Y, al final, un vacío terrible al saber que ya no hay más aventuras de Luys Gallardo. Eso y, también, el placer de leer que nos lleva a los doce o catorce años cuando teníamos la sensación de que no había nada mejor en el mundo que aquellas aventuras que leíamos con pasión desconocida. “El galante aventurero” pertenece a esa élite privilegiada de novelas inolvidables.
Tras el fin del ciclo corso (las 10 primeras novelas de la saga) hemos embarcado en el Dardo para llegar a la isla de Capri, donde se desarrollan las tres siguientes novelas. Después hemos pasado a Sicilia (escenarios de las dos siguientes novelas) para terminar la saga con las cinco últimas novelas en la gloriosa y monumental Venecia. Y, al igual que ocurría con las diez primeras novelas, nos hemos vuelto a encontrar con aventuras que se desarrollan a un ritmo frenético, donde el encanto, la sorpresa y el entretenimiento cabalgan de la mano. En las páginas maravillosamente escritas por Debrigode nos hemos seguido encontrando de todo: islas con sirenas que no son lo que parecen, tiranos taimados y perversos, bufones sanguinarios y terribles, bandidos bohemios que envían anillos que preceden a la muerte, asesinos que se visten de murciélagos, nigromantes traidores, niñas náufragas que crecen con fama de brujas, pescadores que buscan tesoros, ambiciosos nobles que pisan cadáveres para alcanzar el poder, poderosos espías en cada esquina, misteriosas damas que galantean por los canales de Venecia, niñas huérfanas que crecen entre pícaros y piratas, extravagantes compañías teatrales de Arlequines y Polichinelas, espadachines con secretos de esgrima, Damas de la noche escondidas en góndolas rosas que traman conspiraciones, terribles cárceles venecianas que sirven de escenario para reencuentros imposibles, alquimistas y jorobados que pasean por los canales en busca de cadáveres, bebedizos que provocan muertes falsas, espías de todos los colores y sabores, historias ejemplares y galantes, e incluso, por qué no, un precipitado y desconcertante final. Todo ello acompañado de resurrecciones increíbles, de secretos inconfesables que desembocan en sorprendentes vínculos parentescos, de venganzas cocinadas a fuego lento, de finales tremebundos con muertes inesperadas de algunos protagonistas que ríete tú de Juego de Tronos, de historias independientes que interrumpen la narración más que nada para dejarnos tomar aire, de flashbacks fantasiosos que nos zarandean y nos conducen por la senda de la aventura o de juegos de máscaras y disfraces continuos que te llevan de sorpresa en sorpresa, El folletín en estado puro, o sea. Los franceses tienen a Dumas y los ingleses a Dickens. Allí, esos autores son dioses. Nosotros tenemos a Debrigode y nadie lo conoce. Una injusticia de proporciones épicas. Imbuidos del espíritu de Luys Gallardo no pararemos hasta que se reconozca a Debrigode como uno de los escritores más grandes del siglo XX.