Publicado en El Norte de Castilla el 21 de octubre de 2016
Aunque no me gusta especialmente Bob Dylan (yo le habría dado el Nobel a Leonard Cohen; o a Aute, pero ésa es otra historia que espero solucionen los Premios Princesa de Asturias), nada más escuchar la noticia lo primero que pensé es que, por fin, habían premiado la cultura popular. Luego, con el paso de los días y con las redes incendiadas, me di cuenta de que las críticas se centraban sobre todo en el hecho de que Dylan es un músico sin apenas obra escrita. Enfurecidas voces se alzaron para decirnos que sus letras (se resisten a llamarlas poesías) están hechas para ser cantadas y sin la música pierden todo. A mí me sucede lo contrario. A mí no me gusta ni la voz ni la música de Dylan. En cambio, sus poesías (sí, sus poesías) me parecen memorables. Algunos han ido más allá al proclamar que la concesión del Premio Nobel de Literatura a Dylan es un insulto para el resto de escritores. A mí lo que me parece un insulto es que tenga el Nobel Echegaray. O que lo tengan algunos que prefiero ni nombrar porque ni me acuerdo de sus nombres. O que no lo tenga Valle Inclán. O Borges. O Kafka. O tantos otros. Ahora a Dylan le critican el que no esté localizable y se haga el sueco con la Academia. ¡Como si no le conociesen! De hecho, muy probablemente ni acuda a recoger el premio. Para eso es el juglar que camina siempre sobre el filo de la navaja, el soldado misericordioso que canta a los corazones rotos, a las voces rotas, a los teléfonos rotos, a las promesas rotas, a las primaveras rotas.
Con el paso de los días, me mantengo en mi idea inicial. El premio a Dylan es pura y dura reivindicación del mester de juglaría, de los poetas vagabundos, de la poesía que nació para ser cantada. Es un premio al pueblo, a la cultura popular. Y eso siempre ha enfurecido a los dueños del fuego sagrado de la literatura. En fin, ya era hora de que los Nobel tuviesen el valor de derribar fronteras. Algunos lo ven como un apocalipsis. Yo, en cambio, espero que no tarden en premiar a gente del cine como Woody Allen, del comic como Alan Moore, o reconozcan el valor de escritores como Stephen King o James Ellroy. Lo que nos vamos a reír con la indignación de los guardianes de la literatura con mayúsculas. Para ellos será el fin del mundo. Para otros sólo será un acto de justicia.