Publicado en El Norte de Castilla el 25 de mayo de 2018
Fue hace un millón de años. Ella, la sirena que se llevó a Neptuno de paseo, me sonrió tristemente y me enseñó que la música alimenta el amor. También que la música es su reina. Lo hizo antes de que nos hundiéramos buceando velozmente y alcanzáramos el lecho submarino. Hablo de “A whiter shade of pale”, probablemente la canción más hermosa (y triste) del mundo. Llevo escuchándola toda la tarde. En bucle. Alucinado y desolado. Deslizándome por el ligero fandango. Rodando por el suelo. Un poco mareado. Con el corazón achicado y la tristeza convertida en vicio (a lo Flaubert). Con el doloroso silencio del ahogo y la música azul herida. La tarde gris, la lluvia esdrújula y el cielo boqueando como un náufrago. Mientras tanto, yo tan cansado y tan pequeño, con el spleen de Baudelaire en forma de llanto de princesa abandonada en el palacio de invierno. Todo ello cada vez que escucho el órgano Hammond sollozando. Recordando su voz. La tristeza de sus notas. La sonrisa que adornaba su blanca palidez.
Dicen que John Lennon amaba esta canción. Que la ponía continuamente en un tocadiscos que llevaba en su lujoso Rolls-Royce. Que volaba con ella al ritmo del LSD y de Bach. Que en ocasiones, una vez llegado a su destino, se quedaba dentro del coche y la escuchaba una y otra vez. Era 1967. El verano del amor y del “Sgt. Peppers”. También el de “Noches de Blanco Satén”, canción hermana publicada casi al mismo tiempo. Aunque para canción hermana, en acordes, en cadencia y en la presencia luminosa del órgano Hammond, el “Je t’aime moi non plus” de Gainsbourg. Pues eso. Te amo, yo tampoco. Los recuerdos de agua escapando por los ojos. Las telarañas de la tristeza, la música rota y el demasiado corazón. El recuerdo de la despedida. La saudade de todo aquello que pudo haber sido y no fue. Una letra surrealista, el sonido psicodélico de la época y el barroquismo de Johann Sebastian Bach. Un desarrollo musical casi sinfónico que ya auguraba la llegada del rock progresivo, una voz hipnótica y el segundo movimiento de la Suite No. 3 sobre el que florecen unos versos inquietantes y crípticos. Pero, sobre todo, una misteriosa y sensual atmósfera envolviendo la canción gracias al majestuoso sonido del órgano Hammond. Escuchando esa arrebatadora melodía y la desolación que destilan sus notas, yo también podría escribir los versos más tristes esta noche.