Publicado en El Norte de Castilla el 5 de octubre de 2018
Era un crío y mi ídolo era Luis Ocaña. Tele en blanco y negro, Montjuich y un sprint largo y agónico al que llegan cuatro ciclistas de leyenda. El oro se lo queda Gimondi y Ocaña tiene que conformarse con el bronce para disgusto de aquel niño. 45 años después se repite la historia. Cuatro ciclistas disputando otro sprint largo y agónico. En esta ocasión, el niño que fui recupera la sonrisa. Dos platas y cuatro bronces después, Alejandro Valverde se convierte en el nuevo campeón del mundo de ciclismo. Con 38 tacos y 15 mundiales después de ganar su primera medalla, el Bala honrará el maillot arco iris durante todo un año. Nadie mejor que él para hacerlo. No era justo que el mayor medallista de la historia se retirara sin un oro. De hecho, nadie ha ganado nunca un mundial con un merecimiento previo tan abrumadoramente incontestable. Que a sus 38 años grite, se emocione y llore como si fuera un juvenil dice todo de él. Ha ganado una Vuelta, ha subido al podio del Giro y del Tour, se ha llevado cuatro Liejas y cinco Flechas además de etapas en todas las pruebas que puedan imaginarse, hasta un total de 122 victorias. Si hubieran llevado su carrera con cabeza, su palmarés sería todavía mucho más estratosférico. Ojalá ahora, con la sagrada casaca arco iris, los capos de su equipo planifiquen la temporada con inteligencia. Olvidarse de las generales de las grandes vueltas (si acaso ir a ganar etapas y lucir maillot) y centrarse en los Monumentos con el fin de intentar ganar alguno de los que le quedan. En fin, ya podemos decir orgullosos “yo vi ganar un Mundial a Alejandro Valverde”. Un corredor único, con talento innato y amor inquebrantable por su oficio. Cualquier otro, tras el accidente del año pasado y su rodilla destrozada, habría colgado la bici. Valverde regresó con la ilusión de un niño y en un escenario mítico, en Innsbruck, allí donde la liturgia del ciclismo se convierte en religión (Ares dixit), consiguió la victoria más especial de su carrera. Nunca olvidaremos al Bala escalando ligero como un eccehomo sin los clavos de Cristo en la rampa final imposible (ese 28% con advertencia de “Bienvenidos al infierno”). Alejandro con el corazón durmiendo en el cráter de un volcán. Alejandro Corazón de León. Alejandro Corazón de Arco Iris. Tal vez el ciclismo español vuelva a tener otro Contador. Quizá pueda haber otro Induráin. Se me antoja imposible que volvamos a tener otro Valverde.