Publicado en El Norte de Castilla el 22 de febrero de 2019
Una rosa atrapada en un cepo para ratas. Un billete de diez libras con la efigie de Lady Di. Un manifestante embozado lanzando un ramo de flores como si fuera un cóctel molotov. Un policía haciendo una peineta y otro esnifando coca. Churchill con una cresta punk. Un leopardo escapando de una jaula representada como un código de barras. Dos militares armados pintando en una pared el símbolo de la paz. Una joven abrazando una bomba. Una pareja disfrutando de un día de playa mientras su hija, embadurnada de combustible, juega con unas cerillas. Un policía registrando con guantes esterilizados la cestita de Dorothy de El mago de Oz. Un pajaro llevando en el pico una granada. Una tribu cazando carritos de compra. La reina Victoria en actitud poco decorosa con una señorita ligera de ropa. Una rata empuñando un cartel en el que nos da la bienvenida al infierno. Mickey Mouse y el payaso de McDonalds llevando de la mano a la famosa niña vietnamita quemada por el napalm. Todo muy reconocible. Todo muy Banksy. Al igual que los mandamientos, todos estos escupitajos a nuestra conciencia pueden resumirse en otra provocadora obra que representa la subasta de un cuadro con la frase: “No me puedo creer que vosotros, imbéciles, compréis esta mierda”. Desplante marca de la casa. Pues sí, el subversivo, escurridizo y misterioso Banksy ha aterrizado en Madrid con una exposición que, por supuesto, él no ha autorizado. Todo suena a estrategia muy bien calculada. Como la de hace unos meses cuando su famosa “Niña con globo” fue destruida por el propio artista en Sotheby’s. Lo único que le reportó aquello fue más fama, una nueva obra rebautizada como “El amor está en la papelera” y una venta por más de un millón de libras. Banksy te puede gustar más o menos, te puede parecer un genio o un farsante, un artista imprescindible o una mala copia de Warhol, pero lo que no se puede negar es que sus trabajos son un desafío para el sistema, una protesta incendiaria que nos remueve el alma. Banksy no sólo es uno de los grandes referentes del Street Art, es también el gran azote del capitalismo, el consumismo, la violencia, la guerra o el control de la sociedad. Toda su obra es una inmensa protesta. También, probablemente, un gran negocio teledirigido hábilmente desde su calculado anonimato. Lo mejor es quedarnos con sus obras y, desde ellas, discernir si estamos ante un genio o ante un vándalo.