Publicado en El Norte de Castilla el 27 de diciembre de 2019
Hay lugares que quedan marcados a sangre y fuego en la memoria de la ciudad. Uno de ellos es el mítico Landó, el distinguido y transgresor club de la calle Galatea que, a ojos de la época (en muchos casos adolescentes y tiernos), resultó deslumbrante, icónico, y rompedor, un mágico Edén posiblemente surgido a gozo y fuego del País de las Maravillas que contribuyó a transformar una ciudad en blanco y negro en una ciudad en tecnicolor. Era la época de la Transición, de la movida madrileña, del cambio sin vuelta atrás. A muchos, además, nos coincidió con nuestros mejores años, aquellos en los que éramos jóvenes, felices y despreocupados. El Landó era un planeta distinto. Un templo de vanguardia donde todas las tribus (skins, rockers, mods, pijos, travestis…) convivían en armonía. Un mágico enclave que se transformaba cada noche en una explosión de vitalidad, en una bocanada de aire fresco. Un santuario en el que, con la música como necesario y sustancial catalizador, saltaban por los aires todo tipo de convencionalismos y la sensación de libertad y felicidad flotaba en el ambiente (eso es, al menos, lo que los feligreses de aquel templo sentían y siguen sintiendo un millón de años después). Allí, entre los platos y discos de última hornada, el Viudo se encargó, a su manera, de traer a Pucela la Movida, de descubrir nuevas músicas, de llevar al Landó a las mejores bandas. Y aunque al echar la vista atrás la melancolía de los años transcurridos nos haga recordar todo con una perspectiva demasiado amable (es lo que tienen los chutes de nostalgia y la saudade on the rocks), ello no quita para que la última cita del año no pueda ser otra que un fabuloso e inolvidable viaje en el tiempo. Queremos volver a vivir, aunque solo sea por una noche, el milagro del Landó. Transportarnos al pasado, reencontrarnos con la gente treinta o treinta y cinco años después. Ver cómo hemos cambiado. Compartir historias. Y, de paso, homenajear al Viudo, pero también al Pikota, el dandi punky que gestionaba las tardes del Landó, y por supuesto a la Ely, que era la alegría del Landó, la fiesta, el baile, la sonrisa. La cita es este sábado en el Asklepios. Será la oportunidad de viajar en el tiempo, de que la peña vuelva a despedirse cantando juntos el “What a wonderful world”, tal y como sucedía cuando el Landó cerraba al amanecer con la canción de Louis Armstrong pinchada en vena. Pues eso, que está en nuestras manos volver a tener veinte años.