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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

SHAKESPEARE EN EL OESTE

Publicado en El Norte de Castilla el 31 de enero de 2020

Elegir un título en esta memorable Edad de Oro de las series televisivas es complicado pero si tuviera que escoger uno me quedaría con Deadwood. La inolvidable serie de la HBO fue cancelada en 2006 tras tres temporadas sublimes en las que viajamos a un pueblo que olía a sudor y sangre, una ciudad del Oeste que prometía dinero fácil y que parecía recién salida del Antiguo Testamento, un nido de jugadores, timadores, ladrones, asesinos, borrachos, macarras y putas, un lugar que recordaba a la Biblia, en concreto a esa parte de la Biblia en la que Dios está muy enfadado. Allí conocimos a personajes inolvidables y nos enamoramos de Al Swearengen, quizá el mayor anti-héroe que ha dado la televisión, una especie de Hamlet con una putrefacta cabeza de indio en sus manos, un tipo magnífico de mirada aterradora que observaba desde el balcón de su negocio lo que se cocía en su ciudad. Todo en Deadwood fue mágico, especial, único. Sólo falló, por culpa de la cancelación, el final. Tras esperar 13 largos años ese final (casi el mismo tiempo que llevamos aguardando a que editen en España el DVD de la tercera temporada) la HBO ha estrenado por fin un largometraje con el deseado cierre que todos anhelábamos. Desde que Dumas volviera a reunir a los mosqueteros en su novela “Veinte años después” los ejercicios de nostalgia siempre han sido muy especiales. En “Deadwood, la película”, son 10 años los que nos separan. Los suficientes para que las viejas heridas se reabran y asistamos emocionados a los cambios inevitables del progreso, como la llegada del tren, y sobre todo a los que el paso del tiempo ha provocado. Una película que, con sus fallos (uso del flashback), es deliciosamente crepuscular, llena de guiños autorreferenciales, todo un paseo melancólico a través de los personajes iconos de la serie (el entrañable doctor, la loca Calamity Jane y su dulce reencuentro con la puta de buen corazón, el lacónico sheriff y su imposible historia de amor con Alma). Pues eso, nos hemos llenado las botas de barro por última vez, hemos vuelto a escuchar esos diálogos mordaces, crudos, cínicos, ingeniosos y con claro sabor shakesperiano, hemos asistido a un tan delicioso como nostálgico encuentro de amigos que se reúnen para un funeral y, en fin, hemos tenido el final impactante y emotivo que nos merecíamos con el crepúsculo del dios Al Swearengen. Shakespeare en el Oeste. Eso sí, ni reyes ni príncipes, sólo pistoleros y putas. 

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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