Publicado en El Norte de Castilla el 28 de febrero de 2020

Los que amamos todo lo que tenga que ver con la vieja Troya estamos de enhorabuena. Troya está de moda. Aunque solo sea para poner el mito en entredicho. Ahora dicen que no está nada claro quién ganó la guerra. Todos pensábamos que lo hicieron los griegos. Todos lo sabemos excepto el autor de La Ilíada, que nos escamoteó el final (lo del caballo de Troya quedó para La Odisea). ¿Argumentos para dudar del final victorioso griego? Primero la arqueología, que confirma que las ciudades griegas fueron destruidas coincidiendo con la guerra de Troya. Luego, la vuelta a casa de los caudillos griegos, que regresan dando tumbos, como huyendo (la mayoría de ellos pierden sus reinos; además habían salido de Troya precipitadamente, enfrentándose a tormentas, en vez de esperar en tierra conquistada el momento adecuado). Los troyanos, en cambio, fundan reinos tras la guerra. Un hijo de Príamo se convierte en rey de parte de Grecia y Helena no es devuelta a los aqueos sino que se casa con otro hijo de Príamo. Algunos sostienen que quizá Homero quiso complacer a sus lectores y oyentes griegos y decidió cambiar la historia. Prácticas de marketing avant la lettre. Por si todo ello fuera poco, se ha inaugurado una espectacular exposición en el British Museum sobre el mito y la realidad de Troya. En ella se llega a la conclusión, por lo visto, de que no hay una sola prueba que acredite la existencia de la guerra de Troya. Quizá hubo una guerra remota y el poeta dejó volar la imaginación. Nada de todo ello cambia el eterno y mágico destello que emana de ella. Creemos lo que nuestro corazón quiere creer. Pues eso, exposición imprescindible para todos los hijos de Homero. Para todos los que amamos cualquier cosa relacionada con la guerra de Troya. Y para todos los que nos traumatizamos con el último acercamiento de Hollywood al tema, con un Brad Pitt luciendo más pectorales que la propia Helena. Habrá que viajar a Londres cuanto antes. Si el coronavirus y el brexit no lo impiden. O la tontería. Valga la redundancia.