Publicado en El Norte de Castilla el 6 de marzo de 2020
Como se acerca el Día Internacional de la Mujer todos quieren dar su opinión y mostrar su punto de vista sobre el tema. Llaman la atención los que se quieren desmarcar. No lo hacen a las bravas, aunque a algunos les gustaría. Se limitan a repetir un mantra que se ha puesto de moda. Que ellos también son feministas pero no entienden el feminismo radical, ese que busca enfrentar a los hombres con las mujeres, ese que culpabiliza a todos los hombres. Lo dicen convencidos. Algunas mujeres también se apuntan al carro, incluso haciendo suyo ese término tan ofensivo y miserable (que la ultraderecha ondea orgulloso) de feminazis. Estas feministas no me representan, blablablá. De verdad, si algún hombre se siente atacado por las feministas cuando denuncian los asesinatos machistas es que tiene un problema. Las feministas no odian a los hombres, odian a los maltratadores. No es tan difícil de entender. La empatía testicular que hace que muchos hombres se coloquen del lado del opresor en vez de la denunciante es digna de estudio. Eso y la incomodidad que provoca la lucha feminista en muchos hombres (y en algunas mujeres) indican que queda todavía mucho camino por recorrer. La Delegada del Gobierno contra la Violencia de Género se quejaba el otro día, con dos asesinatos machistas en menos de 24 horas, de que sólo se hablara del coronavirus y que ya se normalizara el hecho del asesinato de dos mujeres. Irene Montero tuiteaba “nos queremos vivas y no vamos a descansar hasta que nuestra sociedad acabe con las violencias machistas”. De inmediato, los machirulos se sintieron atacados. Antes de llamarme machista y violento necesito la nacionalidad de los asesinos; si no son blancos y españoles es cuestión de tus inmigrantes protegidos. Eso decían y cosas mucho peores. Por eso es verdad que no hace falta un Código Penal más duro sino una sociedad que ponga freno a estos comportamientos y a esta forma de pensar. Nos falla la sociedad. Nos fallan los machirulos y sus cómplices. Así las cosas, el 8-M es más necesario que nunca.