Publicado en El Norte de Castilla el 13 de marzo de 2020

Son los únicos que están gozando con esto del coronavirus. Ahora se vuelve a hablar de ellos aunque llevan tiempo trabajando en silencio su paranoia. Son los preparacionistas, preppers en EEUU, que es donde estos chalados comenzaron su cruzada. Ha llegado el día. Sabían que llegaría. Daba lo mismo la amenaza (una catástrofe natural, un ataque terrorista, una invasión extraterrestre o un coronavirus on fire) porque ellos están preparados desde hace tiempo para el apocalipsis. Tienen sus casas, sus garajes y sus trasteros llenos de comida perfectamente organizada por fecha de caducidad y calorías. Comida y agua para tres meses. Y mucho papel higiénico, que por lo visto se cotiza muy bien en el armagedón. Llevan tiempo acostumbrando a sus hijos al sabor de la comida de emergencia. Comida liofilizada y alimentos que han sido deshidratados para que pesen poco y duren mucho. Eso sí que es traumatizar a los hijos y no las espinacas que nos daban de pequeños. Siempre tienen a mano lo que ellos llaman la mochila de 72 horas (tiempo que pueden necesitar los cuerpos de seguridad para restablecer el orden). Linterna, agua, comida, cuchillos y cosas más o menos surrealistas porque prepararse para el apocalipsis es algo muy personal. Me da, en todo caso, que con estos tipos y por mucha cuarentena o fin del mundo que haya, el abastecimiento de libros no corre peligro. Eso sí, lo mantienen en secreto. Piensan los preparacionistas que si llega el fin del mundo y sus vecinos saben que tienen montado en casa un Carrefour prêt-à-porter se convertirán en una diana e irán a por ellos. Qué stress de vida, todo el día pensando que te van a atracar o que te van a contagiar el coronavirus. Se joden la vida, eso sí, por un objetivo ridículo. Cuando llegue el apocalipsis zombi ellos sobrevivirán tres meses más en un agujero comiendo sus latas de mierda. Viven con miedo para aguantar unos meses más que el resto del mundo. Montar todo este lío y angustiarte para vivir como una cucaracha. Pues eso, que vivir con miedo no es vivir.