Publicado en El Norte de Castilla el 4 de junio de 2020

El Coronavirus mata. También ha dejado desnudo a medio país y muchos han tenido que salir a la palestra a pedir ayuda. Todos hemos empatizado con su angustia ante un futuro incierto. En estos meses hemos escuchado cientos de entrevistas a músicos, actores, escritores. Ellos también pedían ayuda para un sector que en el 99% de los casos se mantiene en el filo de lo imposible. Cuando gente como Sabina o Bardem piden ayuda al sector no lo hacen para ellos (que no lo necesitan) sino para las 700.000 personas a las que la cultura da trabajo en España. Enfrente, el partido infame lo tiene claro (“España puede vivir sin sus titiriteros”) y los que les siguen no ven más allá de sus narices. “Cualquier ayuda al cine, música, literatura, pintura es indignante”. “Por algún motivo el entorno cultureta tiene vía libre para trabajar en lo que le dé la gana a costa de los demás”. “Yo ya estoy harto de pagarle los hobbies a esa caterva de vagos”. Ése es el nivel. Todo dios pide ayudas pero solo se molestan cuando las piden los del mundo de la cultura. Los titiriteros son los que han llenado nuestras casas de música, de libros, de películas. Los que nos han distraído. Los que nos han acompañado en la soledad. Si no fuera por los libros, la música o el cine habríamos perdido la cabeza. La cultura como tirita emocional: no cura el COVIDD-19 pero alegra el alma. Se nos olvida pronto. Cuando un país no cuida su cultura está perdido. Somos hijos de los hijos de Buñuel, de Falla, de Cervantes, de Goya. En un mundo sin cultura seríamos tan miserables y grises como los que la odian.