Un joven llamado Godfrey Morgan, sobrino de un multimillonario de San Francisco, decide que necesita vivir sus propias aventuras y se hace a la mar. Desgraciadamente, su barco no tarda en naufragar en una isla aparentemente virgen donde vivirá multitud de aventuras junto a su profesor de baile, el señor Tartelett. Pronto la aventura se convertirá en un infierno al ser asaltados por todo tipo de peligros y amenazas, desde inclemencias atmosféricas hasta tribus de caníbales pasando por la aparición sorprendente de animales salvajes.
Novela de naufragios (como otras de Verne: “Los hijos del Capitán Grant” o “La isla misteriosa”) y novela-homenaje a una novela de otro escritor (como otras de Verne: “El conde de Montecristo” en “Mathias Sandorf” o “Las aventuras de Arthur Gordon Pym” en “La esfinge de los hielos”). En este caso “Escuela de Robinsones” aporta una vis tragicómica (algo novedoso en las novelas de naufragios) y, casi como el título indica, es un claro y evidente homenaje al “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe. Todo muy quijotesco, además, con dos personajes antitéticos (por un lado el joven y audaz Godfrey y por otro el asustadizo Tartelett, experto en danza y compostura).
Libro de aventuras por excelencia. Novela fresca, entretenida y, para los lectores de su época, seguro que tremendamente original, gracias a un desenlace sorprendente que explica todo lo extraño y surrealista que ha sucedido a lo largo del libro en la isla. Y es que, incluso en sus obras menores, el gran Julio Verne mantiene en lo más alto el título de ser precursor de casi todo. En este caso de los realities o de películas como “The Game” o “El show de Truman”. ¿Por qué no? Todo un genio, este Verne.