Publicado en El Norte de Castilla el 27 de agosto de 2020
Podría dar los besos más tristes esta noche. Los besos imposibles. Los besos prohibidos. Los que ahora no podemos darnos. Podría besar, por ejemplo, tu recuerdo y preguntarte quién te ha enseñado a besar. Podría dar los besos más tristes esta noche. Los besos de Cinema Paradiso. Todos los besos que el cura había censurado de las películas que se proyectaban en el pueblo y que el proyeccionista había guardado empalmando los cortes y formando con ellos un terremoto de saudade con la banda sonora de Morricone en bandolera. Podría dar los besos más tristes esta noche y hacerlo en el cine pucelano que ahora es un casino. Sentir, de paso, que nos hemos quedado sin el templo donde mejor nos acariciamos, donde soñamos más fuerte, donde más veces nos besamos. Allí, en la oscuridad donde solo reinaban Paul Newman y el biquini 007 de Ursula Andress. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no nos podemos besar en el cine y ahora los actores no pueden besarse en las películas. Antes era el censor o el cura quien prohibía los besos. Ahora los prohíbe el covid-19. Es tan corto el beso y tan largo el fundido a negro. Porque en noches como ésta nos salvaba la caverna de Platón a 24 fotogramas por segundo, allí donde siempre había besos en la pantalla y siempre había besos en el patio de butacas. Mi alma no se contenta con la agonía del beso. No nos dejan besarnos. Ni en el cine ni fuera del cine. Podría poner de nuevo la música de Morricone y volver a besar. Aunque fuesen los últimos besos y con mascarilla. Y sí, podría dar los besos más tristes esta noche.