Una señora contempla cómo unos hombres vestidos de cura cargan el cadáver de un hombre que estaba en el banco de la plaza. Éste no es un caso cualquiera para Méndez, que deberá ocultar la muerte y la desaparición del cadáver de Paco Rivera, finado en un prostíbulo que frecuentan personajes muy poderosos.
Bueno, esto solo es el principio. Casi una anécdota.
Regresar al jefe Ledesma periódicamente es una tradición. Un deber. Un placer. Una necesidad.
Con “El pecado o algo parecido”, otra entrega de la serie de Méndez, el entrañable policía al que todos quieren quitársele de encima, porque incordia a unos y otros, tenemos un poco de todo. Un argumento trepidante con sorpresas a cada paso. Un lenguaje crudo que no es otra cosa que el espejo de la violencia retratada. Un mosaico de relaciones entre personajes de la alta sociedad y la baja. O dicho de otra forma, un buen puñado de historias entrelazadas protagonizadas por putas y por hijos de puta (y todos sabemos de qué lado se va a poner el bueno de Méndez). Tenemos una novela negra como el carbón asaeteada, como es norma en Ledesma, con un humor amargo, corrosivo, muy negro también. Y, por supuesto, la mirada procaz y sentimental que siempre aporta el autor a la saga de Méndez. En este caso, además, la cantidad de obscenidades y groserías por página son dignas de mención. El viejo verde en estado de gracia. Hasta el propio Méndez se asusta a veces de lo que sale de su boca (“Era una frase infame. Y Méndez lo sabía. Quería provocar”). Los ofendiditos de ahora repudiarán la novela. Con toda seguridad ni la habrían dejado publicar. Huelga decir que lo verdaderamente infame son las historias que se cuentan…
Como particularidad, indicar que, en esta ocasión, el viejo Méndez sale de Barcelona para seguir con las investigaciones (pagándose, por cierto, los viajes de su propio bolsillo tanto a Madrid como a París). Sin embargo, la vieja Barcelona sigue siendo el decorado principal de Méndez: “Ya no quedaba nada del viejo café Zurich, lugar de nenas al Levi’s, turistas al piojo, poetas en trance de subasta y sindicalistas que redactaban un manifiesto pidiendo la jornada de dos horas. Ahora, con el nuevo café, había unos almacenes asépticos, llenos de últimas novedades, donde cualquiera podía comprar un dentífrico para astronautas y unos sujetadores de tamaño programable con mando a distancia. Barcelona crecía y crecía, ahora hasta las palomas eran olímpicas”.
Pues eso. Otra obra maestra de Francisco González Ledesma. Con su mirada nostálgica del pasado y con sus historias personas que, en vez de cultivar la virtud, cultivan el pecado.