Publicado en El Norte de Castilla el 7 de abril de 2022

Con cien años recién cumplidos está más joven que nunca. Por actual y por eterno. Cosa de genios. Y eso era José Luis López Vázquez, un genio de la interpretación como no se ha visto otro y como quizá nunca vuelva a verse. Un actor camaleónico que se atrevía con todo y un tipo normal que nos representó como nadie. “Yo era mínimo, insignificante”, decía el propio actor de sí mismo cuando intentaron ficharle en Hollywood. En España trabajó con los más grandes y nos regaló algunos de los personajes más memorables de nuestra historia. Hizo muchos bodrios persiguiendo a suecas en bi-ki-ni, pero hasta en ellos nos quedamos embobados escuchándole. “Cretino, imbécil, mameluco, yanqui vietnamita, so vago, desdichado, chupagomas, melenudo, alto, yeyé”, le suelta totalmente desatado a un jovencísimo Camilo Sesto en Los chicos del Preu. Todo en él era sublime. El pobre Rodolfo de El pisito, el trepa Quintanilla de Plácido, el empleado de banca Fernando Galindo con su mítico “un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo” en Atraco a las tres, el inolvidable padrino Búfalo de La gran familia, el asesino Benito Freire de El bosque del lobo, la sorprendente Adela/Juan Castro de Mi querida señorita o, uno de sus personajes más recordados, el del angustiado protagonista de La cabina. Fueron innumerables sus interpretaciones míticas. El actor de las mil caras nunca fallaba. ¡Si hasta puso rostro a mi amado Méndez! Pues eso, que todos nos quitamos el cráneo ante su prodigioso trabajo. Hablan de él como el Jack Lemmon español. Sería más correcto hablar de Jack Lemmon como el López Vázquez americano.