Publicado en El Norte de Castilla el 9 de febrero de 2022
A veces se hace necesario dejar reposar la rabia para que nuestras palabras no se conviertan en cuchillos. Hace un par de semanas un hombre con antecedentes de violencia machista asesinó en Valladolid a India, de ocho años, y a su madre, Paloma, con la que mantenía una relación. Es el rayo que no cesa, la infamia que no cesa, el horror que no cesa. Hace falta ser una alimaña para matar a la mujer con la que convives, pero asesinar a una niña no tiene nombre. Resulta muy triste ver cómo estamos, día sí y día también, en el ojo del huracán por culpa de esa extrema derecha que maneja la barca a su cavernícola antojo, una extrema derecha que enarbola con orgullo la negación de la violencia machista. Para ellos seguro que la rata que asesinó a India y a su madre era solo un pobre hombre oprimido por las leyes feministas que lo acosaban. Son como robots. Si los sacan de sus cuatro consignas implosionan. El número de asesinatos machistas debe ser bajo para no tomarlo en serio. ¿A cuántos mataba ETA al año? Solo por comparar. Además, a los asesinatos hay que añadir las 150.000 denuncias anuales por violencia de género. Una mujer no tiene que morir para que la violencia machista haga de su vida una mierda. Los asesinatos son solo la punta del iceberg. Hay un retroceso gravísimo en la educación. Oigo a un profesor decir que muchos alumnos deciden no escuchar nada de estos temas porque niegan su existencia. Antaño el terrorismo era uno de los problemas que más preocupaba a los españoles. Ahora, los jóvenes cada vez creen menos en la existencia de la violencia machista y pasa lo que pasa. En el entierro de India y Paloma se pudieron ver emotivos mensajes. Uno de ellos decía: “India, eres nuestro ángel, guíanos”. Falta nos hace para soportar esta inmundicia y a todos los que la están fomentando.