“La gota de sangre”, novela de Emilia Pardo Bazán publicada en 1911, constituye, para muchos, el pistoletazo de salida del género policiaco en España. En todo caso es la perfecta muestra del interés que la autora gallega tenía por experimentar con las nuevas tendencias literarias y, más concretamente, con la novela policíaca, tan en boga fuera de nuestras fronteras y que no acababa de despegar en España. La historia comienza con un joven aristócrata, Ignacio Selva, que intenta paliar y combatir su abulia existencial convirtiéndose en detective aficionado e implicándose en una investigación que, de alguna forma, le afecta ya que se convierte en principal sospechoso de la muerte de un hombre cuyo cadáver ha aparecido en un solar junto a su casa. Selva, obsesionado por explorar almas como remedio contra el tedio, se aleja de fórmulas científicas y deductivas apelando más al instinto y a la intuición (“Has despertado en mí la sagacidad del perseguidor y del vengador. He descubierto el crimen”). Es una manera que tiene la autora, decepcionada quizá por la forma clásica inglesa de abordar la novela policíaca, de explorar los aspectos más turbios y reveladores de las historias criminales. En todo caso, “La gota de sangre” es una inteligente crítica a la sociedad burguesa y ociosa en el Madrid de aquella época y un extraordinario relato policíaco de estilo inglés ambientado a la madrileña.
“Las sombras no están en los crímenes, sino en los entendimientos. Apenas hay crímenes sin rastros claros y elocuentes…, aunque solo sea por el descubrimiento al azar de una pequeña gota de sangre. Nada se oculta. Todo lo señala, todo lo revela aquello…. La sangre habla”.