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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL HIJO DE GRETA GARBO

“El hijo de Greta Garbo” es la historia/novela/poema de la madre del autor, más el clima lírico y político de época que la envuelve. La República, el azañismo, la guerra, la postguerra; todo pasa, desvaído e intenso, por los ojos pardos de una mujer de una mujer que fue adolescente en la década/Greta Garbo y que va quedando dibujada, a muchos años de distancia (murió muy joven), con esa prosa delgada, sugerente y sensible que caracteriza a Francisco Umbral. Tenemos así, un retrato de mujer que se va configurando en historia, hasta los matices femeninos más interiorizados de tiempo, gesto, amor y tristeza. El hijo mira toda una vida a la madre y novela su biografía mediante el detalle y la prosa, hasta lograr el personaje literario perfecto y el libro exacto, preciso, musical y completo.

Seguimos con el ciclo de novelas vallisoletanas de Francisco Umbral. Ahora le ha tocado el turno a “El hijo de Greta Garbo”, un particular y sentido canto por la madre muerta, un retrato lírico de una madre con perfil de Greta Garbo, pero también la crónica ausente de la figura del padre, encerrado como un fantasma dentro del armario como un húsar de incógnito. Crónica, además, del Umbral adolescente que se inicia en el mundo de la literatura de la mano de su madre y descubre a Dante, a Quevedo, a Guillén, a Galdós y un largo etcétera.

“En aquella biblioteca leí a Salgari, que oficialmente era la pasión de nuestra adolescencia, pero que a mí no me apasionaba nada. Nunca me ha ido la gracia de los bufones ni la estética de los piratas. En aquella biblioteca descubrí a Harry Stephen Keller (sic), autor de novelas científico/policíacas como Noches de ladrones que me fascinó. En aquella biblioteca descubrí el único ejemplar de Romancero Gitano, con la página de La casada infiel arrancada/expurgada y comprendí que sí podía escribirse que “el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre”. En aquella biblioteca descubrí el primer Cántico de Jorge Guillén, que me llenó de claridad y de geometría interior”.

Está también la guerra civil que llenó las ciudades de odio y muerte más la simbología umbraliana tan particular (la mancha de moras que su madre se ha hecho en el vestido blanco convertida en el anagrama de sangre de una muerte prematura), los adjetivos desconcertantes, las metáforas insólitas que solo Umbral sabía escribir, los personajes familiares, como la famosa tía Algadefina, el surrealismo fugaz, el rastro lírico de la madre muerta, en fin.

“Nacimiento inverso, ella está en mí como yo estuve en ella. Estoy embarazado de madre. Me angustia, a veces, que todo esto es voluntario: un culto premeditado, un ritual al que me obligo.

El termómetro alemán, aplastado, sólido, fiable, con la última temperatura de ella, treinta y siete siete (se muere uno con unas pocas décimas, la muerte no necesita más)”.

Pues eso, Francisco Umbral infinito y eterno (en especial, en sus novelas del ciclo de Valladolid). Ah, y uno queda muy agradablemente sorprendido con la cita al gran Harry Stephen Keeler. ¡Al maestro le gustaba el Ed Wood de la literatura! Un punto más a su favor.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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