Publicado en El Norte de Castilla el 11 de noviembre de 2023
No hace mucho nos quejábamos del insoportable calor y hace apenas una semana nos quejábamos de la lluvia continua, el viento feroz y esas señoras de nombre terrorífico (ciclogénesis explosiva) que no paran ahora de visitarnos. Curiosamente acabo de ver un documental de explícito título, “La era de la estupidez”, que ilustra/explica muy bien el tema. La cosa empieza apocalíptica, en el año 2055, con la tierra destruida, el mar cubriendo las ciudades y, recordando la icónica escena final de “El planeta de los simios”, el famoso cartel de Las Vegas casi enterrado en su totalidad. En una gran estructura de almacenaje, a 200 kilómetros al norte de Noruega, está el Archivo Global, una especie de Arca de Noé del futuro donde se conservan animales disecados, obras de arte y documentos que registran miles de años de historia humana. Un archivero nos muestra vídeos de lo que ha ocurrido. La conclusión a la que llega, entre sorprendido y avergonzado, es que podíamos habernos salvado, pero no lo hicimos. Lo que vemos es una sucesión de grabaciones y de imágenes de noticieros (el huracán Katrina, el tsunami de Indonesia, la guerra de Irak, el expolio sistemático de África) que nos dejan con el culo al aire. Desde informativos de distintos países, las noticias se suceden a ritmo vertiginoso: los días más calurosos jamás registrados, la muerte de 700 personas después del día más lluvioso de la historia de la India, el año más seco en toda la historia de Melbourne, el desierto avanzando a increíble velocidad, decenas de placas de hielo que desaparecen más rápido de lo previsto, países con restricciones de agua, glaciares derretidos, escasez de nieve en los Alpes por las altas temperaturas en invierno, emisión de gases de efecto invernadero batiendo récord tras récord, incendios pavorosos, fenómenos de tiempo extremos, especies que se extinguen y un largo etcétera. La cosa sigue: una sociedad esclavizada por el dios petróleo y cada vez más países con una economía basada en él, empresas occidentales que contratan por una miseria a empleados del tercer mundo para hacer juguetes de plástico (juguetes que se estropean al año siguiente y que regresan a esos países donde permanecen unos 40.000 años), gente que conduce coches cada vez más potentes para ir a la vuelta de la esquina, pistas de esquí en el desierto, China construyendo centrales eléctricas cada cuatro días, más y más aeropuertos, más y más aviones, ciudades enteras con sus oficinas iluminadas, with the light, with the music. Tres mil anuncios nos bombardean al día. Nos dicen que seremos más felices con su producto y acaban haciendo de nosotros seres insaciables. El fin del capitalismo es el crecimiento continuo, pero el crecimiento continuo en un planeta que no crece es imposible. A lo largo de nuestra historia el trato era que teníamos que dejar el mundo mejor que como lo encontramos. Eso era el progreso, la rueda, el orden de la ley. La conclusión desesperada del archivero, tras ver los vídeos, es terrible. No es la única forma de vida que desaparece en el planeta. La diferencia es que en esta ocasión lo hicimos sabiéndolo. El último acto de nuestra existencia es el suicidio. Al acabar el documental compruebo, para mi sorpresa, que es de 2009. La cosa ha cambiado y para mal. Desde entonces han crecido como hongos partidos políticos populistas/seudonazis/negacionistas que refutan esta realidad. Y lo peor es que la gente los vota. Lo dicho: el suicidio colectivo. El último que cierre al salir.