Ya me he metido en vena la nueva locura de Alberto López Aroca, en este caso acompañado, ni más ni menos, que por Juan Carlos Monroy Gil. Teniendo en cuenta el currículum de estos dos apasionados y grandísimos expertos de la novela popular, del folletín y, a mayores, sherlockianos y keelerianos de pro, ¿qué podía salir mal? “Los papeles póstumos (Apocrypha Deliramenta)” es un auténtico festival, una locura infinita, una montaña rusa delirante, una gozada, vamos. Imposible explicar de qué va la novela (¿para qué?). Lo único que resulta de ley hacer constar es que en este viaje nos vamos a encontrar con decenas y decenas de personajes inolvidables, la mayoría bien conocidos por todos. Por las páginas de esta novela (bella y profusamente ilustrada, por cierto) aparecen, entre otros muchos, el Tigre de la Malasia, Yáñez de la Gomera, el cura Santa Cruz, Juanito Vargas, Edmonds Greene, Rocambole y el hijo de un famoso justiciero enmascarado. También el Pirata Negro (¡viva Debrigode!), Milton Drake, Old Shatterhand, Winnetou y hasta el mismísimo Demonio. Sin olvidarnos de la flauta de Bartolo, del barón de Marbot, de Simbad y de los misteriosos agentes de los Nueve Desconocidos que dirigen el mundo en secreto. Y, por supuesto, merodeando aquí y allá todo el rato dos familias: los Sansón y los Venegas Alvarado, tal vez los verdaderos protagonistas de la novela, aunque mi amigo Ariel Conceiro, detective de libros, insiste en proclamar que el auténtico protagonista de la novela es el II Tomo de las Comedias de Calderón de la Barca en la edición de Rivadeneyra de 1849. Ah, y mención especial para el glosario de personajes final que es una auténtica delicia… Todo esto y mucho más mezclado en un cóctel fantasioso que constituye en emotivo homenaje a la literatura popular y de aventuras y que nos ha hecho viajar durante unas horas por nuestros recuerdos. Dicen los autores que, con esta novela, se propusieron seguir al pie de la letra sus propias e irrenunciables leyes: no aburrir, no dar respiro, no titubear, no decir “imposible”, y no ceder ni una elipsis a lo convencional. ¡Y vaya si lo han conseguido!