Publicado en el especial aniversario de El Norte de Castilla: 170 años caminando juntos (25-10-2024)
Lo cantaría Carlos Gardel. Aquello de “volver con la frente marchita”. En este caso “que es un soplo la vida, que 170 años no es nada”. “Diario Independiente fundado en 1854” proclama la cabecera de El Norte de Castilla, el gran periódico de letras góticas, muy negras, sobre gran fondo blanco, una catedral del periodismo, como diría Francisco Umbral. El mismo Francesillo de sus novelas de adolescencia en la ciudad tolteca y plateresca (que no es otra que Valladolid) lleva las cuentas, perdido en los toros de Guisando de la gran sala de máquinas de El Norte de Castilla, y contabiliza ya la cifra de 64.000 números. Entre ellos figurará, sin duda, alguno que cuente la rocambolesca y triste historia de Antonio Meucci. Una historia que ha traído cola desde 1854 hasta nuestros días y que resume muy bien cómo han funcionado las cosas en el mundo y, lo que es peor, cómo siguen funcionado. En el año de autos, 1854, el italiano Meucci construyó un teléfono para conectar su oficina con el dormitorio donde estaba postrada en la cama por culpa de una enfermedad su esposa. Dicho de otra forma, Antonio Meucci inventó el teléfono ese año, aunque siempre nos vendieron el cuento de que el inventor del teléfono fue Alexander Graham Bell. ¿Qué ocurrió? Básicamente, lo de siempre: que Meucci no fue capaz de reunir los 250 dólares que costaba patentar su invento, aunque sí que llegó a presentar la documentación e incluso renovarla por 10 dólares durante dos años. No contento con ello hizo varias demostraciones públicas de lo que él había bautizado como “telégrafo parlante”. Lo hizo ante varios capitostes de la todopoderosa Western Union Telegraph. No sirvió para nada. Sólo para que le dieran largas mientras maquinaban cómo robarle el invento. Cuando Meucci, harto de las demoras, pidió que le devolvieran su material, le contestaron que se había perdido. Unos años después Graham Bell registraría la patente del teléfono. Fue el comienzo de un auténtico calvario para el italiano, envuelto en procelosas burocracias, sobornos, puñaladas traperas y desiguales disputas. Al enterarse Antonio Meucci de lo que estaba pasando contrató un abogado para que defendiera sus intereses. Hubo un juicio que se alargó hasta el infinito en el que se demostró que algunos empleados de la oficina de patentes estaban confabulados con Graham Bell y, a mayores, se llegó a comprobar que había un acuerdo entre Bell y la Western Union para repartirse el pastel del nuevo invento. Incluso Meucci tuvo que demandar a su propio abogado al descubrir que había sido sobornado por sus poderosos enemigos. Y aunque el Gobierno de Estados Unidos entendió que había indicios suficientes para creer a Meucci e inició acciones legales por fraude contra la patente de Bell, nada se pudo hacer. Antonio Meucci murió sin ser reconocido y acorralado por el poderío económico-mafioso de las grandes corporaciones yanquis. ¿Alguien pone en duda que hoy las cosas siguen funcionando igual? Hay que decir, eso sí, que en 2002 la Cámara de Representantes de los Estados Unidos reconoció por fin a Meucci como inventor del teléfono. De toda esta historia, que es como un culebrón venezolano, seguro que dio buena cuenta nuestro periódico. Y, al respecto, no me olvido, como buen sherlockiano, que el 6 de enero de 1854 nació Sherlock Holmes. No resulta desdeñable conjeturar que en alguna de sus páginas a lo largo de estos 170 años apareció una entrevista con él. Y es que algunos seguimos creyendo sobre todo en lo que cree nuestro corazón.