Publicado en El Norte de Castilla el 9 de noviembre de 2024
Ha pasado tiempo suficiente y ya hemos leído todo tipo de comentarios alrededor de la última edición de nuestra Seminci. Es lícito confesar que, por primera vez en casi cuarenta años, no ha llamado a mi puerta. Dicen que la Seminci, como el cartero, siempre llama dos veces, pero ni por esas. He quedado este año desenfocado como el protagonista de Desmontando a Harry. En esta edición, por más que he rebuscado, no había nada que me llamase la atención. Ningún ciclo o retrospectiva, ninguna exposición atractiva, ninguna actividad, nada. La nada entre las más de 200 películas repartidas en una docena de secciones. ¿Qué me pasa, doctor?, que preguntaba Bodganovich. Justo es reconocer que, con toda seguridad, el problema es mío. El caso es que la alfombra azul que domina en la nueva imagen corporativa de la ciudad es tan fría como el tiempo que nos ha tocado. Uno siempre echará en falta una alfombra (roja, por supuesto) con estrellas porque no debería de ser incompatible el apostar por un cine de autor con que las estrellas pisen las calles de nuestra ciudad y la gente las pueda ver. Leo que ha sido una cosecha irregular la de este año y que la gente ha echado en falta los cortos, la revista diaria, las traducciones cara a cara de las ruedas de prensa. Eso sí, a uno, que es un romántico sentimental, le ha encantado el semáforo ye-ye que homenajeó a Concha Velasco. Y, por supuesto, lo que se ha convertido en una maravillosa tradición y me ha vuelto a entusiasmar ha sido la proyección especial en el Auditorio Delibes de un clásico mudo acompañado por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. En esta ocasión, el elegido ha sido La muchacha de Londres (Blackmail), la última película muda que rodó el gran Alfred Hitchcock. Seguir las andanzas de Alice, una joven que comete un crimen, y de su novio Frank, detective de Scotland Yard responsable de la investigación, acompañadas de la memorable banda sonora dirigida por Timothy Brock resultó una experiencia inolvidable. Mención aparte el merecidísimo homenaje que antes de la proyección la Seminci dedicó a Emiliano Allende, director del Festival de Cine de Medina del Campo. Eso sí, todo, tanto lo bueno como lo malo, ha quedado eclipsado en esta edición por la ocurrencia de jubilar a los míticos labios rojos, logotipo de estética pop diseñado por Manuel Sierra en 1984 que acabó convirtiéndose en un icono no sólo del cine sino de la propia ciudad. Repaso alguna de las crónicas escritas en estos últimos años y en ellas los labios rojos son los protagonistas. Unos labios rojos que llevan besándonos demasiados años, unos labios que nos emborrachan de besos cinéfilos, el cine convertido en esos labios rojos que te besan y la memoria sentimental de todos los pucelanos flordelisada con los labios rojos de la Seminci. Por eso cada octubre nos empapelábamos el corazón con labios rojos, porque el cine no era otra cosa que esos labios icónicos de la Seminci que te besaban. Con los nuevos labios que los sustituyen los besos no saben igual. Antes uno tenía la sensación de que te besaba Marilyn. Ahora la sensación es que te está besando Carmen de Mairena. En fin, todo esto son cosas mías y quizá esté equivocado. Habrá gente que piense todo lo contrario. En esto, como en todo, cada uno tiene su opinión. Si hay gente que sostiene, y lo hace sin sonrojarse, que Carvajal ha sido el mejor jugador del año, por qué no va a haber gente a la que le gusten los nuevos labios de la Seminci. O que le haya fascinado la programación de este año. Vuelvo a repetir que seguramente la culpa de esa desafección por la Seminci es sólo mía. Pediría, eso sí, que en ese afán por revolucionar todo no dejen de programar la proyección especial del clásico de turno acompañado por la OSCYL. En fin, leyendo aquel titular de El Norte de Castilla en el que el director de la Seminci se jactaba de que en 2023 habían vuelto los pateos y eso significaba que el festival estaba vivo, miedo me da, porque parece claro que el clásico con orquesta en directo nunca recibirá pateos. Cruzaremos los dedos.