Publicado en El Norte de Castilla el 23 de noviembre de 2024

Una de las cosas que no deja de confundirnos y también avergonzarnos es el tremendo grado de exigencia que a veces tenemos con los nuestros. Dicen que la envidia es el deporte nacional. No consta que sea la envidia (únicamente) el detonador principal en ciertos comportamientos. Por poner un ejemplo, llama la atención que los únicos que han elevado críticas amargas y han montado poco menos que una revolución cuando han concedido el Balón de Oro a un futbolista español (algo histórico que no sucedía desde el año 1960 con Luis Suárez) hayan llegado desde España precisamente. Es el mayor robo de la historia, proclaman indignados los madridistas haciendo un desprecio de proporciones cósmicas a Rodri. Cambiando de tercio, a Pérez Galdós le sucedió algo parecido. En 1912 presentaron su candidatura al Nobel, pero cuando la prensa española conservadora se enteró, comenzó una campaña de desprestigio con virulentos ataques. En Estocolmo se recibieron cientos de cartas y telegramas y la academia sueca, perpleja ante el odio cainita de dichas misivas, decidió no concederle el Nobel. En todo ello pensaba mientras veía “La habitación de al lado”, la última película de Almodóvar, estrenada en el festival de Venecia donde triunfó a lo grande, con sus 17 minutos de aplausos y la concesión del León de Oro. Desde hace tiempo, Almodóvar es un referente cinematográfico a nivel mundial. Todos los grandes directores se rinden ante él (genios como Woody Allen le admiran y un tal Tarantino ha comentado numerosas veces que el ejemplo de lo que él quería hacer en el cine era “Matador”), todos los grandes actores y actrices quieren trabajar con él, la crítica le adora, el público le adora. Todo eso fuera de España, claro. Aquí bien es sabido que se ha convertido en el enemigo público número 1. No le perdonan su éxito, no le perdonan el llevar la marca España por el mundo, no le perdonan que sea un titiritero, un “subvencionado del cine” como proclama el facherío, no le perdonan, sobre todo, que sea libre para cantarles las cuarenta (“Mi película es la respuesta a los discursos de odio que oímos a diario en España”, es el resumen que hace de su último film). Llama la atención que sigan viendo en el director manchego a alguien que sólo saca transexuales, prostitutas y yonquis lo que indica que hace siglos que no ven películas suyas. Tras un comienzo fulgurante en el mundo del cine, con obras alocadas y frescas, irreverentes y provocadoras, ha ido puliendo su cine y a partir de “Todo sobre mi madre”, Óscar a la mejor película extranjera, encontró su verdadero camino, el del melodrama clásico, con decorados fastuosos y coloristas, y diálogos tan chispeantes como profundos. Desde entonces, todo lo que ha hecho, con la excepción de “Los amantes pasajeros”, roza el sobresaliente. “La habitación de al lado” constituye un poco el culmen de esta etapa almodovariana, la depuración de un estilo único, una película intimista que habla de la muerte, de la amistad, del poder de la mirada, de la despedida, de los recuerdos. Lo hace con unos decorados bellísimos, con unos planos y contraplanos de dos actrices en estado de gracia y con una belleza cromática insuperable con el protagonismo del rojo como augurio de la muerte, en especial cuando la protagonista se pinta los labios antes de poner fin a todo. A uno se le queda grabado la angustia de esa puerta abierta/cerrada, el cuadro de Hopper, la nieve rosada que cae pausada y tranquila, todo ello mientras no dejamos de escuchar, Joyce y Huston mediante, aquello de “cae la nieve sobre los vivos y sobre los muertos”. Huelga decir que la película está triunfando en todo el mundo y que, curiosamente (o no) está recibiendo las peores críticas en España. Hace unos días los premios Forqué la han ignorado. Casi a la vez ha sido nominada a mejor película europea del año. Sería para reír si no fuera porque resulta muy triste. Visto lo visto, si le den el Balón de Oro a Almodóvar les da un ictus. Pues eso, que la nieve sigue cayendo sobre los vivos y sobre los muertos.