Publicado en El Norte de Castilla el 26 de abril de 2025
Al entrar estos días en la Facultad de Filosofía y Letras te recibe un camino de baldosas amarillas que no te lleva a Ciudad Esmeralda sino a un sitio mucho mejor, a un sitio lleno de libros, de historias, de vida. Allí, a un lado de la puerta de la biblioteca y junto a un gran corazón rojo, podemos aprender lo que significa la palabra amarabunta, tal vez inventada por el mismísimo mago de Oz. Dícese de la pasión desbordante por los libros y la lectura. Dícese del conjunto de lectores apasionados que, en tumulto fervoroso, se congregan en bibliotecas, librerías y clubes de lectura. Dícese del impulso irrefrenable de acumular libros. Dícese de la sensación de enjambre literario que recorre el cuerpo al perderse en una historia absorbente. Esta semana, la semana por excelencia de los libros, la del 23 de abril, Día Mundial del Libro, me he acordado, al seguir como Dorothy el camino de baldosas amarillas, de otra extraña palabra que hace no mucho me asaltó y que está directamente emparentada con amarabunta. El palabro en cuestión es tsundoku, un término japonés que describe la irresistible pasión de acumular más libros de los que eres capaz de leer, por el simple placer de verlos/tenerlos, esperando a que llegue (o no) su momento. Ese síndrome de querer poseer más libros de los que se van a poder leer nunca, de adquirir más y más libros que luego se tienen que apilar incluso en el suelo, lo explicaba muy bien Umberto Eco. Decía el inolvidable autor de “El nombre de la rosa” que resulta una tontería pensar que tienes que leer todos los libros que compras, de igual forma que no utilizas todos los taladros que tienes en casa o todos los destornilladores. Los libros son como medicina, por eso es bueno tener muchos en casa para, cuando estás mal y quieres sentirte mejor, poder elegir el libro ideal. Umberto Eco era muy crítico con aquellos que sólo compran un libro, lo leen y, como sólo lo consideran un producto de consumo, se deshacen de él. Los que aman los libros saben que un libro es cualquier cosa menos una mercancía. Poca gente amaba tanto los libros como Umberto Eco. Uno de ellos era Borges, que imaginaba el paraíso bajo la forma de biblioteca y que afirmaba que el libro es la creación más asombrosa del hombre pues constituye una extensión de su memoria e imaginación. “Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros, otros sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”, dijo en más de una ocasión. Otro enamorado de los libros era Luis Eduardo Aute, del que por cierto este mismo mes se han cumplido cinco años de su muerte. Decía Aute que en estos tiempos de naufragio el único bote salvavidas válido son los libros. Por eso animaba a llenar de librerías las islas desiertas ya que “fuera del conocimiento, de la cultura, todo es naufragio”. Y es que quien siente pasión por los libros no los ama poco, sino que lo hace de manera intensa, desaforada y excesiva. Somos muchos los que, hasta cierta edad, habíamos leído todos los libros que había en nuestra casa. Sin embargo, llegó un momento en que comenzamos a tener más libros que tiempo para leerlos. No hemos tardado mucho en comprender que nunca podremos leer todos los libros que tenemos. Necesitaríamos varias vidas, aunque si leer es vivir dos veces, quizás no sea estúpido esperar el milagro. En fin, que la RAE define la bibliofilia como la pasión por los libros raros y curiosos y de bibliofilia a bibliomanía sólo hay un paso. Seguimos con palabras raras relacionadas con los libros. Onetti llamaba literarosis a la obsesión por el mundo de los libros. Luego están los letraheridos, los que sienten una pasión extremada por la literatura. Y, claro, aquellos que padecen el mal de Montano y lo ven todo a través de los libros, porque a fin de cuentas la literatura es lo único que podría llegar a salvar el espíritu de una época tan deplorable como la nuestra. No me olvido de Pichulita Cuéllar, de Lituma, de Vargas Llosa que está en los cielos, y no me olvido de la orgía perpetua que es el loco placer de abrir un libro. Pues eso, feliz día/vida del libro.