Regresamos al lugar del crimen. Al universo loco de Harry Stephen Keeler. La última chaladura que me he metido en vena lleva el curioso título (en títulos curiosos HSK es experto) de “El hombre que cambió de piel” (titulada originalmente “Nigger Nigger Never Die”). En la portada, bajo el título, podemos leer: “Novela extraña” (no sabemos si cómo subtítulo o como advertencia). La verdad, tras leerla, no es lo más extraño que uno ha leído de HSK, y eso que el argumento tiene miga:
Ambientada en el Boston de 1855, y con una guerra por la esclavitud asomando en el horizonte todo lo que el soltero Clark Shellcross, un joven “más anglosajón que Gran Bretaña y Sajonia juntas”, quiere hacer es casarse. Pero cuando sus esperanzas se ven truncadas, sucumbe a la tentación y toma una extraña droga con el fin de cambiar su vida, una droga derivada de un árbol extraterrestre cuya semilla llegó a la Tierra a través de un meteorito, eso al menos le cuenta un trapero utópico-socialista.
“Clark contempló, a la luz de la lámpara ornamental de petróleo que tenía al lado, la negra píldora de goma que tenía en la palma de la mano, y que le había dado hoy, con exceso de palabrería, Job Polliver, ex ballenero, ex viajero africano y actual buscador de inmundicias, y probablemente, embustero de siempre”.
A la mañana siguiente, Clark Shellcross se despierta con la piel negra, en el cuerpo de un ex esclavo de pura sangre africana, “el negro más desaliñado que pueda existir”». No tardará en darse cuenta de que 1855 no es una buena época para tener la piel oscura, ni siquiera en la norteña ciudad de Boston… En un principio, Clark es de los que pensaba que los negros estaban contentos con su suerte. “Los negros eran demasiado felices y despreocupados en lo que respecta al empleo, la comida, la ropa, el alojamiento y las finanzas; un día más significaba siempre para ellos un nuevo reparto de cartas. Nunca se suicidaron porque carecían siempre de motivos para suicidarse. No querían mucho. Nunca tuvieron mucho. No les importaba si no tenían algo que no tenían o tenían menos”. Pronto cambia de opinión y comprueba en su propia carne que, en la época que le ha tocado vivir, es terrible ser negro. Intenta comprender a la desesperada lo que le ha pasado, buscar lógica en algo tan increíble.
“Estás perdiendo un tiempo valioso tratando de probar que algo es un sueño…, todo es un sueño… y nada de ello puede ser un sueño… Algo hace a las Consciencias decidirse de pronto a separarse y volver al infierno a donde pertenecen. Algo tan fuerte que hasta les da poder para escapar del magnetismo que las sujeta a sus cuerpos erróneos… De modo que es eso. Yo no estoy soñando, no. Estoy separado de mi propio cuerpo. Pero ya está durando bastante la persistencia de mi mal…”.
Cuando se convence de que realmente está atrapado en el cuerpo de un negro, y no es un sueño, reacciona con desesperación: “¡Adiós, futuro! Adiós, felicidad. Adiós, vida”.
Esta novela de 1959 sobre un hombre que se acuesta blanco en 1855 y se despierta negro era demasiado controvertida para ser publicada jamás en América. Eso pensaba el propio autor. De hecho, la novela sólo se publicó en España, y en tiradas muy limitadas. Aunque trata de la raza, es decididamente antirracista: “Clark tuvo que reconocer que la cara que le miraba detrás de él era hermosa; tal vez porque era la cara de una persona que no tenía una sola gota de sangre blanca.
Otra joya de HSK. Otra joya más.