Publicado en El Norte de Castilla el 19 de julio de 2025
El próximo sábado se cumplen justo treinta años de la última emisión de Doctor en Alaska, aquella serie protagonizada por un médico neoyorquino destinado en Cicely, un pueblo perdido de Alaska. Allí conocimos a Chris Stevens, el locutor de la radio local K-OSO y de él nos enamoramos casi desde el primer día, convirtiéndose en muy poco tiempo en nuestro gurú preferido, una muy particular mezcla de apóstol y filósofo travestido en un DJ que nos regalaba desde su programa “Chris de la mañana” una serie de reflexiones muy personales a través de la lectura de libros. Antes de llegar a Cicely estuvo encarcelado en un penal de Virginia por robo de vehículo y destrucción de un Pontiac Firebird de 1971, y poco después, al responder a un anuncio de la revista Rolling Stone, Chris se convirtió en el único clérigo de Cicely, permitiéndole así oficiar bodas, entierros y bautizos. Gran entusiasta de la Física y de la literatura inglesa, estuvo a punto de conseguir la licencia de piloto. Conduce una Harley-Davidson y vive, junto a un lago, en una modesta caravana Airstream, donde lee compulsivamente, además de crear esculturas y arte escénico. Chris tuvo su “primer viaje al reino de los sentidos” a los 7 años en Wheeling, Virginia Occidental, en un parque de caravanas. “En ese momento supe tanto de la vida como jamás sabría”, confesó en uno de sus programas. Y allí, en el reino de los sentidos, entre jazz y libros, nos sumergimos con Chris Stevens. Y de allí nunca hemos salido. Como en sueños. En ese estado de lucidez alucinada en el que no solo vemos las imágenes de nuestros sueños, sino también las imágenes soñadas por otros. Eso es lo que nos ofrecía Chris Stevens, un intercambio de sueños, algo que pasó en cierta ocasión en Cicely y que, tal vez, nos haya pasado a nosotros en algún momento. En el fondo nuestros sueños puede que sólo sean parte de imágenes soñadas por otros. ¿No son nuestros miedos los miedos de los demás? ¿No son tus deseos mis deseos? Dicen que los sueños son las ventanas del alma. Chris nos recomienda echar una mirada y así poder ver todos los entresijos, las tuercas y los tornillos. Nunca dar la espalda a la magia. No dejar que Merlín se jubile. Cuando el racionalismo dominó el mundo, los magos se retiraron. Un error, según Chris, puesto que esos mismos racionalistas intentando poner una cuerda alrededor de la realidad, de repente se han encontrado en la sicodélica tierra de la Física, una tierra de quarks y neutrinos, un lugar que se niega a jugar bajo las reglas de Newton, un lugar que se niega a jugar bajo ninguna regla, un lugar más apropiado para los merlines del mundo. Junto a Chris hemos intentado darle un sentido a lo incomprensible, al despertar del asombro y junto a él nos hemos preguntado por esas cosas ilusorias y efímeras que encienden la pasión en el corazón humano. Es la eterna búsqueda, el alimento perfecto para la mente en una cálida noche de verano. Will lo dijo mucho mejor: el amor no mira con los ojos sino con el corazón. Por eso al alado Cupido siempre lo pintan ciego. Gracias a Chris hemos sabido que la mejor manera de salir del invierno es pasándolo, abrazar la pena para que crezca tu alma. Y gracias a él conocimos las últimas palabras de Goethe: “¡más luz!”. Ese debe ser nuestro constante grito: “¡más luz!”. Luz del sol, de antorcha, de vela, de neón. Luces que erradiquen la oscuridad de nuestras cavernas. Grandes luces para los juegos nocturnos del campo de batalla y pequeñas bombillas para esos libros que leemos debajo de las sábanas cuando deberíamos estar durmiendo. La luz es algo más que vatios y velas, la luz es una metáfora. La luz es conocimiento, la luz es vida, la luz es…. luz. En fin, ¿cuál es el sonido de una mano que aplaude? Chris dice que ninguno. Si no hay dos manos no hay aplauso. ¿Qué nos intenta decir? Que todos necesitamos a alguien. Seas una constelación o un protón, un ying o un yang, todos relacionados con todos. Como Romeo y Julieta, Tom y Jerry, Bogart y Bacall, Epi y Blas, Marco Antonio y Cleopatra. No lo olvidéis, el tango es cosa de dos. Palabra de Chris Stevens.